La austera puesta en escena de la película puede provocar cierto hastío en un primer momento, tan rutinaria y monótona, pero nada más lejos. Según avanza, el espectador va captando los detalles y entiende que solo en ese escenario es donde el guion es capaz de provocar indignación, desplegando su carisma y su fortaleza. Su enorme denuncia.

En este mundo impersonal y egoísta “La asistente” muestra un largo día de la protagonista en el que reina un silencio que solo se ve interrumpido por las sucesivas faltas de educación de todos los que la rodean, una tensión que se masca en el ambiente, siempre atenta a una mala contestación. La protagonista podría preguntarse si en realidad hay tantas personas machistas por el mundo o si ella ha tenido la casualidad de cruzarse con todas las que existen.

Este tóxico ambiente está lleno de sutilezas que no hieren de muerte pero que sí van minando la confianza y la autoestima, y es ahí donde la película realiza un gran retrato de esta ingrata profesión. Los silencios y las miradas al suelo se suceden mientras lo que es evidente se deja pasar como si no estuviera ocurriendo, a pesar de que todos conozcan y aprueben en silencio las acciones del poderoso ejecutivo.

“La asistente” no necesita golpes sobre la mesa ni pronunciar una palabra más alta que la anterior para alzar la voz y hacerse oír. Con una excelente interpretación de Garner, que destaca por su contención y por sus rasgos taciturnos, y una dirección que se centra en la penumbra para enseñar la soledad e incomprensión a la que está sometida, la película sugiere sin mostrar lo que es evidente, y es así como consigue, con éxito, reivindicar su idea. Su enorme denuncia.