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España España · Barcelona
Voto de C Jarmusch:
7
Drama Segunda parte de la trilogía de Seidl sobre el "Amor", la "Fe" y la "Esperanza". Si "Liebe" se centraba en el sexo, en este caso el relato se centra en la religión y cuenta la historia de Annamaria, una técnico de hospital muy devota que se hace misionera. (FILMAFFINITY)
4 de setiembre de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo habitualmente que en el Paraíso edénico no existía duda alguna entre las cosas, las relaciones, las palabras y sus significados. Creo que el interés de Ulrich Seidl y sus películas, recordando ahora a Jacques Lacan, se encuentra precisamente en el malentendido y en la difícil búsqueda de sentido, y en ese paraíso cotidiano en el que "toda carta llega a su destino", por trágico que nos parezca.

En Amor (2012), una mujer austríaca deprimida se va de turismo sexual a Kenia, avergonzada y decepcionada entre los ambiguos jovencitos convertidos en gigolós por el colonialismo y las promesas. En Fe (2012), otra mujer desesperanzada se aferra con fuerza a toda suerte de rituales religiosos con tal de fijar la brújula moral de una sociedad traicionera y a la deriva. En Esperanza (2013), una adolescente con sobrepeso persigue el ideal de cuerpo y de mujer en un campamento de verano - y recuerdo ahora como un antiguo amigo repetía sin cesar que "la esperanza jamás ha ayudado a nadie" -. Tres películas y tres persecuciones de paraísos distintos, tres intentos dolorosos de fijar la identidad triunfalmente. Como dice Baudrillard en "El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal": "El onceavo mandamiento de los mercados es ¡sé dichoso!".

Hablando ahora sobre Fe (2012), Anna María sabe que la muerte de Dios supone la liberación de toda responsabilidad frente a otro mundo celestial, pero que también conlleva la plena responsabilidad por el mundo terrenal y por aquellos con los que convive, sin redención posible. Por eso Anna María lucha por resucitar a Dios a cada minuto de su existencia, casa por casa en el barrio donde vive, enfrentándose a una inmigrante soviética marginada y borracha, a un señor que padece el popular síndrome de Diógenes y a su resentido marido musulmán, siempre con los mismos rezos y dogmas, sin desencadenar un diálogo real, marmórea y fracasada como la estatua de la virgen que siempre lleva con ella.

Echando en falta un Edén feliz cada vez que Anna María ve alguna cosa que no le gusta, huye, se encierra, se flagela, reza frente a una imagen que siempre la escucha. Tras descubrir una desagradable orgía en un parque, corre hacia su habitación y se duerme tranquila, abrazada a la estampa de Jesucristo. Se enfrenta a las demandas impertinentes de un marido frustrado y misógino rociándolo con agua bendita, porque la prevención del Mal es como la lucha contra una infección microbiana en un mundo predestinado al Bien. Resulta más fácil interpretar un hecho doloroso como una prueba y atención de Dios, y no como una responsabilidad personal, como una mierda contra la que hay que hacer algo y con la que hay que interaccionar. Tras aguantar pacientemente durante toda la película, Anna María azota al Cristo de madera.
C Jarmusch
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