Supongo que esto dependerá del tipo de humor que vaya con cada uno, pero yo me partí de risa durante toda la película, y al final hubo momentos en que creí reventar.

Todo es tremendamente absurdo. Un hombre acude al psiquiatra para dejar de ser un mujeriego y poder casarse con su novia a la que, de alguna forma, quiere de verdad. Por el camino tiene encuentros con la colección de mujeres más impresionante que ha habido en la historia del cine, cada uno respondiendo a un tipo distinto de belleza, pero todas con el denominador común de estar francamente mal de la cabeza. La poeta suicida (Prentiss nunca estuvo más guapa), la niña bien de naturaleza, ejem, tempestuosa (superelegante capucine, divertidísima), la paracaidista aventurera ("una amiga personal de James Bond"), alguna que otra bailarina de strip-tease, y para rematar el cuadro, Woody Allen por allí pululando, Romy Schneider como niña mona y novia ultrajada (esa es la palabra), y Peter Sellers, con una imagen que quita el hipo, y casado con una cantante wagneriana que se toma lo suyo en serio.

A todo esto hay que sumar una estética estrepitosamente sesentera (los trajes de Paula Prentiss son punto y aparte), una música también marcadamente de la época y una utilización de los colores un tanto alucinógena. Un cocktail de altura.

Es una locura de película, pero es de las pelis con las que más me he reído en la vida.