Un contundente y demoledor exponente sobre cómo hacer terror con dos duros, sobre cómo se puede generar un argumento extremadamente dinámico con variantes rústicas a más no poder, sobre cómo no hacen falta actores de renombre para lograr transmitir las sensaciones -aunque sea con tosquedad-, sobre cómo se puede encontrar un equilibrio entre el sugerir (en la primera parte) y el exhibir alevosamente mediante gore (en la última etapa del filme), sobre cómo a falta de recursos el ingenio prima y saca adelante una cinta clase Z que tiene todas las de perder y sin embargo nos demuestra lo efectiva y divertida que resulta.
Terror sobre un humanoide deforme, sobre un monstruo muy particular que impacta desde su cutrez. Pero no todo es horror ligero, sino que hay un trasfondo sentimental y psicológico importante en esta cinta pues se apela a una cuestión ética de fondo sobre el derecho a la vida y al sentimiento fraternal a pesar de todo.
Una obra notable, no importa que sea BERRETÍSIMA desde lo técnico, es una obra maestra digna de todos los aplausos porque demuestra cómo generar zozobras mediante un argumento áspero y truculento, sin dejar de lado cierto aire de comicidad indirecta emanada de la extravagancia de las situaciones y de la impronta estrafalaria de los personajes interactuantes.
Lo dicho, una opción entretenidísima de principio a fin, que irradia salvajismo y desparpajo por cada poro. Terror baratísimo pero sumamente efectivo siempre y cuando el espectador no tenga prejuicios sobre las cintas clase Z, esas producciones que nada tienen para perder de tan pestilentes que resultan a priori.
Nadie que ame el terror bizarro y chapucero debe darle la espalda a esta cinta que es la máxima expresión dentro del estilo, un sórdido y oscuro relato sobre cuán miserable puede convertirse el ser humano cuando se le discrimina y cuando no puede llegar a la dignidad por los prejuicios estéticos que impone la frívola sociedad.