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El río

Drama. Romance Historia de una joven perteneciente a una familia inglesa que vive en la India en la época de la posguerra. Allí conoce por primera vez el amor, la pérdida y todas las emociones propias de la adolescencia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 36
Críticas ordenadas por utilidad
3 de febrero de 2011
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue un inciso en la filmografía de Renoir al situarse entre su etapa francesa y la americana. Pero fue también una obra maestra extraordinaria, de una sencillez admirable, de una sabiduría límpida, luminosa, maravillosa.
Rodada íntegramente en la India, es la historia de tres chicas que se enamoran del mismo hombre, un oficial del ejército norteamericano. "El río" es una metáfora de la Vida. La Vida que fluye, con sus meandros, la vida que tiene dos orillas: ella misma y la Muerte, la vida que no se para, a la que hay que aplicar la adecuada ligereza para minorar su gravedad. El Ganges es la más perfecta metáfora del oficio de vivir. Renoir supo vivir y con "El río" nos da una lección magistral, de un didactismo encantador, en la que de una parte nos enseña al hombre y de otra nos reconcilia con él. Renoir amaba al hombre y a la vida, y "El río" es una muestra sublime de ello, un ejemplo de cine conmovedor, profundo, dónde cuándo parece que no se nos dice nada, se nos dice todo. Maravillosa película, de una influencia artística a todos los niveles y estilos pues si hay una película que admite sin tapujos el calificativo de universal esa es "El río". Tiene una fotografía, además, de una belleza pictórica impresionante, obra de Claude Renoir, que evoca el estilo impresionista de su padre, Auguste Renoir.
kafka
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4 de noviembre de 2013
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El río narra acontecimientos simples (transcurre en esa franja de la vida en la que la infancia empieza a dar paso a la madurez), pero ello no implica que sea una película simple. No renuncia a mostrar comportamientos ridículos y embarazosos, pero lo hace con un pudor que deja la puerta abierta a una expresividad que, en su tramo final, se convierte en emoción sublimada.

Esa franja entre la infancia y la madurez se describe en la película como amplia e indefinida, por el hecho de que en el retrato de los adultos aflora, indudablemente, una parte infantil: los hombres no expresan ningún poder, aunque lo posean, y destacan ante todo por sus carencias (el padre ha perdido un ojo, el capitán John una pierna, y Mr. John a su esposa). El monólogo final de este último (interpretado, o vivido, por Arthur Shields, al que recordamos como el menudo pastor protestante de El hombre tranquilo) lo deja perfectamente claro.

Las mujeres (la madre, la niñera Nan) parecen vivir en una suerte de prolongación melancólica de la adolescencia, y sólo se diferencian de las tres jóvenes protagonistas por su ausencia de conflictos interiores; puesto que ya han asumido la dirección de su vida.

En cuanto a las tres adolescentes, cada una de ellas aparece unida a una música y unos colores que reflejan su personalidad profunda más allá de las contradicciones propias de la edad.

Melanie, el personaje escindido entre su doble condición de inglesa e india, está representada por el amarillo del sari y la música del sitar, metáfora de su (aún vacilante) elección vital. Por cierto, este personaje es muy similar al que interpretaría Ava Gardner en una película posterior de George Cukor titulada Cruce de destinos.

Valerie por el naranja (el color de su pelo) y la música de vals (¿Chaikovski?) que suena en la fiesta en que conoce al capitán John.

Harriet por el azul (el color de su rincón secreto, que anticipa el del río en su huida final) y por el aura poética de las Escenas infantiles de Schumann (que toca al piano su hermana pequeña).

Renoir no mira a ninguno de sus personajes (niños o adultos) desde arriba; cuando su visión se eleva por encima, siempre parte de ellos y los integra (como podemos ver en los escasos planos con movimiento de grúa: el que muestra la higuera sagrada junto al muro de la propiedad de la familia protagonista, y la imagen final, en la que la negación del paso del tiempo enlaza con la imagen del río en la distancia).

Aun sin saber nada de sus métodos de rodaje ni de sus cualidades personales, la mera contemplación de El río nos persuade de que su director no era un tirano perfeccionista, alguien empeñado en acomodar hasta el último detalle de las cosas a su visión personal. Renoir no pertenece a la estirpe de los directores formalistas, los que llevan ya todo pensado al rodaje, Lang, Eisenstein o Hitchcock: como un director de orquesta de la vieja escuela, él sólo cuida lo esencial y, en el resto, deja hacer a sus músicos, permitiendo que asome el azar y la imperfección de lo vivo.

Recordando la frase de Marx (Groucho) sobre el dinero: “hay cosas mucho mejores, pero cuestan tanto”, podríamos decir que para Renoir había cosas mucho mejores que el cine, pero que éste le servía para convivir con ellas durante los ensayos y el rodaje, para poseerlas, de alguna manera, a través de su mirada fijada en el celuloide. Esta actitud es el principal punto en común con la pintura de su padre que encuentro en su obra.

El río transcurre en un mediodía sereno pero no exento de sombras, con una fluidez que parece reclamar la comparación musical. Su transparencia esconde un misterio, como el del río que oculta su profundidad reflejando el cielo, o el de la danza que toma forma a través del cuerpo de la bailarina.

Si hace poco escribía que Fritz Lang es como el fiscal de la humanidad, Jean Renoir sería nuestro abogado defensor.
el pastor de la polvorosa
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18 de julio de 2008
49 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un interesante pequeño documental de presentación, a la peli le muerde el áspid de la ingravidez y se queda flotando en insípida narración y complacencia visual.

La atracción desenfrenada de tres chiquillas por un cojo cabezón de dislocada dentadura amarillenta es poco verosímil. Y aquel que piense que sí lo es, no es por su subconsciente comprensión del rechazo químico hacia aquello que le resulta diferente, pues bien acepta que a la india también le mole el cojo, sino por su complicidad con la repulsión hacia lo que entiende por inferior.

Y si al igual que yo eres de los que aborrecen el teatro, la poesía y los cuentecillos infantiles (como el que se inserta en esta película de sopetón), estás jodido, pues tu falta de sensibilidad literaria te impide disfrutar de joyas de la fábula tradicional como este poco profundo río de Renoir.
Sines Crúpulos
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1 de febrero de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Personalmente nostálgica, costumbrista y folclórica, el film rezuma encanto en cada fotograma, el espectador se verá complacido porque el film es fluido, sobrio, hermoso como el gran río que le caracteriza. Desde la presentación de personajes, pasando por el fresco de la cultura india y avanzando hacia una historia de inocencia, amor y tragedia, Renoir nos envuelve en un bello manto de sensaciones con su delicada puesta en escena, trazando las líneas de cada personaje y de cada situación con perfecta maestría artística.
Momentos que me sobrecogen: la secuencia de la siesta que culmina en tragedia, la paz es tan frágil como el lamento de Harriet por su hermano. Otro momento, el llanto del niño que nace y que trae una nueva estación a la vida de las niñas, las tres dejan caer sus cartas como las hojas de un árbol que se desprenden para dejar florecen otras nuevas.

En fin, un film apetecible para almas y corazones sensibles.
Sotelino
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4 de noviembre de 2008
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Renoir nos deja un buen sabor de boca de su breve periplo por la India con este drama, en donde narra la historia de una familia colonial británica. Narra las experiencias de las hijas, de como descubren sentimientos tan opuestos como el primer amor o el primer contacto con la muerte. Sin duda, pese a los exótico del film, se antoja esencial dentro de la por otra parte excelente filmografía del director francés.
o0_oscar_0o
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