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El río

Drama. Romance Historia de una joven perteneciente a una familia inglesa que vive en la India en la época de la posguerra. Allí conoce por primera vez el amor, la pérdida y todas las emociones propias de la adolescencia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
22 de abril de 2006
52 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera película en color de Jean Renoir, se basa en la novela homónima de Rumer Godden (1947), de carácter semiautobiográfico. Se rodó en una localidad próxima a Calcuta, entre enero y mayo de 1950, si bien Renoir empezó a trabajar en el proyecto en 1947. Ganó el Premio de la Crítica Internacional de Venecia y fue nominada al León de oro. En los BAFTA consiguió 2 nominaciones (mejor película británica y mejor película). Fue producida por Kenneth McEldowney, próspero florista y agente de la propiedad de LA.

La acción tiene lugar en Calcuta, capital de Bengala occidental, junto al Ganges, en 1947/48, tras la independencia del país (15-VIII-1947). Narra la historia de Harriet (Patricia Walters), de 14 años, que vive con sus padres, su hermano Bogey (Richard Forster) y sus tres hermanas menores. El padre (Esmond Night) es director de una fábrica de tejidos de yute, propiedad del Sr. John (Arthur Shields), y su madre (Nora Swinburne) se ocupa de la casa, mientras espera el sexto hijo. La vida de Enriqueta se ve alterada cuando un joven americano, el capitán John (Thomas E. Breen), que ha perdido una pierna en la guerra, llega para pasar en la casa del Sr. John una temporada de convalescencia. Melania, Valeria y Harriet rivalizan en la tarea de atraer la atención del nuevo vecino.

La estética de la obra se basa en la construcción de composiciones visualmente similares a cuadros impresionistas, que evocan a August Renoir, padre del realizador. Une a un magnífico dibujo un cromatismo moderado y equilibrado. El autor presta gran atención a los niños, los de la casa y los de los alrededores; incluye numerosos personajes y muestra fervor por el agua, símbolo de la vida y del tiempo que pasa. Sin sacar la cámara de la casa y del jardin que la rodea, construye una atmósfera intensamente hindú, que traspira lirismo y autenticidad. Las disgresiones habituales en el autor muestran la fábrica de yute (homenaje al trabajo sacrificado de los peones), las escaleras que unen el río con templos, mansiones y monumentos; la fiesta de Diwili, dedicada a la luz, con abundantes fuegos artificiales; y el sueño de Harriet sobre el matrimonio de Melania, con danzas tradicionales. La placidez del río contrasta con la tensión que se establece entre las tres adolescentes y con momentos drmáticos.

La música recoge melodías populares indígenas, a las que se añade fragmentos de Schumann y Mozart. La fotografía ofrece una narración visual bellísima, en la que se enmarca un discurso coherente y muy fluído. El guión, escrito por el director en la India, refleja con autenticidad el espíritu del país. La interpretación de profesionales, noveles y personas del lugar, es sólida y convincente. La dirección ensaya nuevos recursos técnicos e innovadoras puestas en escena, con resultados excelentes.

La película trasmite la fascinación que siente Renoir por un país complejo, rico en tradiciones y costumbres ancestrales, festivo, multicolor y joven.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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27 de noviembre de 2008
77 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que Dreyer fuera pionero en eso de la autocomplacencia cinematográfica europea, pero Renoir consiguió superarle con creces. Mientras que el danés se esforzaba en cuadrarlo todo con su estricto código moral, el gabacho fue más allá e intentó por todos los medios satisfacer principalmente a su propia persona, que para algo era el más guapo (según la opinión de su mamá). Si pensáis que miento, recordad entonces quien (incomprensiblemente) al final de todo se lleva el gato al agua en 'La Regla del Juego'. Tan increíble como cierto. Por lo visto, con la edad, Renoir no ganó en sutilidad y en 'El Río' decidió pasarse por el forro las indirectas y colocó a Arthur Shields como su nada disimulado alter ego sosainas para que fuera el epicentro dionisíaco de las cutre-pasiones de las desfavorecidas hijas del fabricante de cáñamo, las cuales echan chispas de entre las piernas cada vez que divisan en el horizonte la cara de acelga del capitán Renoir, personaje mal escrito y mal interpretado dónde los haya que eleva la obra a la dimensión de pantomima egocéntrica.

Mal que pese, a Renoir no se le puede negar su talento para la composición visual de los planos, que resultan muy agradables para la vista, consigue encontrar una serie de imágenes encantadoras y cargadas de un exotismo que a buen seguro en los 60 y los 70 debieron ser la sensación entre los hippies que aspiraban viajar a la India en busca de espiritualidad gratuita. Ahora bien, lo que tampoco se le puede negar es lo machacona que llega a resultar la voz en off, que de tan omnipresente debería alcanzar el estatus de audiocomentario. Ningún favor le hace a la película tener que escuchar casi en cada dichosa escena obviedades rematadas en la voz de pito de Harriet, el personaje más detestable de toda la filmografía de Renoir debido a su carácter repelente y su enfermiza insistencia, tan cargante que dan ganas de romperle una botella en la cara. Ella, la madre que la parió y la niñera sabionda son las principales protagonistas de la sucesión de conversaciones que componen el esqueleto de esta película. Un torrente de diálogo fatuo que va a caballo entre lo ridículo y lo afectado, y que frena injustificadamente el desarrollo de la historia, ya de por sí bastante nulo.

Lo único que, por lo tanto, puede provocar El Río es un profundo aburrimiento supino. Más allá de un puñado de imágenes no le encuentro valor alguno, pues nada me ha aportado ni me ha dicho, me la traen al fresco sus metáforas visuales de los remeros navegando juntos por el río y como intenta mostrar la fragilidad de la vida con lo de la mordedura... me embotó tanto los sentidos que todas esas polleces me la pelan hasta el infinito y no me sale de los webs aprobarla a pesar de sus cualidades. Ahí le peten bien.
Jean Ra
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5 de mayo de 2007
29 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine es un medio que conecta al cineasta con los espectadores. Esta verdad de Perogrullo viene a cuento porque, en múltiples ocasiones, tenemos tendencia a valorar lo que en ningún momento quiso transmitir el director de la película. Por ello, me pregunto ¿qué nos quiere transmitir Renoir con El Río?. Y la respuesta es absolutamente clara. Nos lo dice Renoir desde el principio: El primer amor. Un amor adolescente. Quien encuentre inapropiado el tema puede buscarse otra película. Pero quien acepte a verla deberá intentar retroceder 60 años en el tiempo y además reubicarse en una India de costumbres eternas e inmutables, de meditaciones y de filosofías y de escaleras que unen el fluir mágico de la vida representado por el río con la vida misma.

Cometeremos un grave error si queremos trasladar los parámetros de esta juventud actual, segura de si misma, libre y consciente de su libertad, a juventudes de otros tiempos y sobre todo de otras culturas. La historia no es cursi en si misma. Somos nosotros quienes la hacemos cursi si nos empeñamos en verla desde ópticas equivocadas.

En el terreno de las técnicas cinematográficos, Renoir me maravilló con esta película. Renoir no solo dirige a los actores sino que también dirige el color. Estoy seguro que la India tiene colores maravillosos pero Renoir los pinta con la paleta mágica de sus antepasados. Pero va más allá, cinematográficamente hablando, la sucesión de planos para expresar una idea es absolutamente genial. La secuencia inicial del río Ganges nos transporta desde la quietud milenaria al frenesí de una actividad desbordante y llena de vida, a la par que colorista.

Para finalizar mi comentario, decir que, el acercamiento, desde las miopías occidentales, al universo cultural y tradicional de oriente es una tarea permanentemente inacabada. Por ello, mi agradecimiento especial a Jean Renoir por traerlos hasta nosotros en bandeja de plata y explicarnos de forma bastante diáfana algunos de los símbolos sagrados de la cultura india. Hacernos partícipes de ello creo sinceramente que también era uno de los propósitos de Renoir al filmar esta película.
FATHER CAPRIO
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28 de noviembre de 2009
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una película nada común, con detalles de documental (documental del espíritu, podríamos decir, aunque el escenario sea la India) perfectamente ensamblados en la trama. Cuando la vemos nos sorprende, pues no es habitual encontrar obras de esta enjundia y que en cuatro palabras (la película es muy sencilla) nos retraten buena parte de las emociones humanas.

Jean Renoir, que es uno de los más completos directores que ha dado el planeta Tierra, va mucho más allá de lo que podemos imaginar. ¿Qué se puede hacer con un río (el Ganges) como único hilo conductor de una historia de amor de adolescentes...? Y del más puro amor, además, que nada tiene que ver con la codicia, el sexo y todos esos añadidos que el alma suele agregar tardíamente a tan elemental sentimiento.

La protagonista, una chica inglesa de catorce años (el tipo es perfecto, al menos para mi gusto: pelirroja rizosa llena de pecas y de inquisitiva mirada en sus ojos azules), nos va llevando de la mano –con su voz en off– de secuencia en secuencia, recurso narrativo que se me antoja muy adecuado al tono general de la historia. Sus amigas, una niña india y otra norteamericana –y por lo tanto pertenecientes a diferentes civilizaciones y maneras de ver la vida–, le dan la réplica en esta fábula que, de forma virgiliana, narra el continuo e inevitable transcurrir de la existencia (del tiempo) apoyándose en el fluir de las aguas de un río.

La puesta en escena es perfecta, pero me llamó sobre todo la atención la secuencia en la que las niñas, de una en una, persiguen por el bosque y ocultándose tras los árboles al objeto de su amor (que el "objeto de su amor" sea un lisiado de guerra es lo de menos y no cambia nada). Ninguna de ellas ve a las otras, y todas creen estar solas y percibir en soledad lo que es el mismo e idéntico sentimiento, y es únicamente el espectador quien contempla el cuadro en su totalidad. ¡Qué recursos narrativos los de Renoir y qué cosas se le ocurrían!

Anécdota curiosa: no sé si será verdad, pero en alguna parte he leído que a Renoir y a su operador (Claude Renoir, sobrino del director y, por tanto, nieto del pintor) no les gustaba el color de los prados de la India, y ni cortos ni perezosos arrojaron sobre ellos gran cantidad de pintura verde hasta conseguir dejarlos a su gusto.

En resumidas cuentas: una obra maestra que habla de la vida y del amor de la más sencilla y sorprendente de las maneras, que seguramente chocará (y en algunos casos desagradará) a quienes estén acostumbrados a la gramática parda propia del cine de estos tiempos, los primeros años del siglo XXI.
camargo rain
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20 de febrero de 2008
44 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tengo guardada en la biblioteca mucho tiempo, pero es gracias a Wes Anderson y su “The Darjeeling Limited” cuando decido no tardar mucho tiempo en verla. Empieza con una vocecita que nos presenta a los personajes. Entonces me acuerdo de “Hannah y sus hermanas” una de las mejores películas de Woody Allen. En esta cinta, Allen consigue en cinco minutos lo que tarda Renoir en quince minutos. La presentación de personajes de Allen es quizá, de lo mejor que se ha hecho en la historia del cine. Aquí Renoir, no contento con imponernos la voz en off para poder presentarnos los personajes, la deja durante toda la película. Recurso facilón y hecho para guionistas vagos.

Renoir, con un nostálgico Technicolor, retrata un hermoso país. Combina planos, y gran fotografía pero la historia, me empieza a resultar bobalicona y simple. Oigo conversaciones tontas lleno de diálogos absurdos rodeados de la vida india que si consigue transmitirme Renoir. Los paisajezzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

Y los títulos de crédito me despiertan de mi ensoñación.

-Te has dormido.
-¡Qué va! Estaba concentrado en sus magníficos planos y en su alucinante fotografía. ¡Qué peliculón! ¡Vamos, una obra de arte!
Chagolate con churros
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