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La panadera de Monceau (C)

Romance. Drama Narra la historia de un estudiante de derecho que se siente atraído por la joven Syvie, con la que se cruza a menudo por la calle. Aconsejado por un amigo, fuerza un encuentro fortuito para abordarla. Sylvie acepta la invitación, pero dice tener prisa y propone posponer la cita para otro día. Pasa el tiempo, y mientras el joven intenta en vano volver a ver a la joven, conoce a otra muchacha, una panadera... Primero de los 6 cuentos morales de Rohmer. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
10 de junio de 2008
47 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inauguración de los "Cuentos Morales", este breve mediometraje esboza el esquema común a los seis films de la serie: un hombre, centrado amorosamente en una mujer, es tentado por otra, episodio en que consiste el argumento de cada película.

Ambientada en el populoso barrio parisino de Villiers, llena sus calles un continuo tráfico de Tiburón, Doscaballos, pequeños Cuatrocuatro y viejos Peugeots familiares.

En medio de ese ajetreo, un estudiante de Derecho se cruza a diario con una elegante rubia, Sylvie, hasta que por un golpe de suerte consigue hablar con ella y abrir el camino a una cita. Enamorado.
Pero Sylvie desaparece y su ausencia se prolonga durante días. El estudiante dedica su tiempo a deambular por el barrio, buscando otro encuentro con ella. En uno de sus vagabundeos entra por azar en una panadería-pastelería donde una morenita sensual trabaja como dependienta.
El régimen alimenticio del estudiante se irá escorando hacia el dulce: por un momento parece que a base de ‘sablés’ puede acabar cambiando significativamente de talla…

Como dijo Alexandre Astruc, la cámara es una estilográfica: Rohmer no logró rematar en forma literaria los relatos de la colección "Cuentos Morales", y sí en su elaboración cinematográfica.
Como en todos, en éste la voz narradora, en íntima 1ª persona, tiene un peso superior a los hechos narrados, muy resumidos. Lo que importa es el proceso moral que esa voz refleja.

Obra incipiente, el estilo de Rohmer se mimetiza aún con el de Bresson (aunque los temas y tratamientos de cada uno sean diversos): dinamismo sobrio y pausado, diálogos depurados, sonido directo, ausencia de música, actores en fase de aprendizaje…

Disciplinado ‘cine en prosa’, evita las referencias culturales y cualquier grandilocuencia. En su despojamiento, en su sencilla domesticidad de 16 mm, alcanza a plasmar un aura poética bastante perceptible, aunque la panadera tal vez tenga objeciones que oponer.
Archilupo
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23 de mayo de 2010
34 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer cuento moral de Eric Rohmer es una mera anécdota entre estudiantes, una serie de escenas callejeras repletas de naturalidad y mil detalles.

La acción transcurre durante el mes de junio en el enclave de Villiers. Hace mucho calor, las calles están abarrotadas de gente que pulula entre los cafés, los mercados... y las panaderías. El narrador, un estudiante de derecho, se pasa los días repasando conocimientos para un examen, o eso intenta, pues vive más pendiente de la rubia Sylvie, que pasea todos los días por el barrio. Tras discutir la estrategia con un amigo, nuestro protagonista consigue una cita; frustrada por la desaparición de Sylvie. Entre impaciente y aburrido, el estudiante se dedica a escrutar las calles, mientras se toma algún dulce de la panadería, a la que volverá todos los días para cortejar a la morena dependienta que le sirve.

El trazado de las calles es perfecto: el barrio de Villiers, la calle de Rome, el bulevar de Courcelles, la calle Monceau. El juego de la seducción, torpe, y a la vez delicioso, como las galletas y pasteles, principal alimento del protagonista. La dualidad entre la fría rubia y la cálida morena, entre la sofisticación y la sensualidad. La fisonomía de la panadera, indescriptible. Las ligeras caricias, sutiles. La chulesca seguridad del estudiante, hilarante. El giro final, precioso. La intrascendencia de toda la historia, maravillosa.

Todo estudiante de cine debería ver cómo empezó Rohmer. 23 minutos de vida.
Naran
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16 de junio de 2017
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guy de Maupassant, en su relato "La patronne", publicado en 1884, parecía aventurar de algún modo el universo de Éric Rohmer:

"—Ya sabéis lo que son esos amoríos de París. Un buen día, yendo a la Universidad, te encuentras a una joven sin sombrero paseando del brazo con una amiga antes de volver al trabajo. Intercambias una mirada, y sientes en tu interior esa pequeña conmoción que produce la mirada de determinadas mujeres. Es una de las cosas encantadoras de la vida, esas rápidas simpatías físicas que nacen de un encuentro, la ligera y delicada seducción que sientes de golpe por el roce de un ser nacido para gustarnos y para ser amado por nosotros. Le amaremos poco o mucho, ¿qué importa?".

...

Un entendimiento profundo de Rohmer pasa, creo yo, por una correcta aprehensión de París no como la ciudad de las postales turísticas, de los selfies ante la Torre Eiffel y los modernos bauteaux-mouches surcando el Sena, sino como ese ente urbano entre lo bello y lo decadente, lo florido y lo miserable, por donde, como decía Miller, "todo el mundo quiere pasar, pero nadie quiere permanecer". El esplín parisino ya tiene figuras, muy diversas, en Baudelaire, Huysmans, Cortázar, Zola o Perec, pero Rohmer es, a mi gusto, el más límpido exponente de su otra faceta; la de la jovialidad y la algarabía romántica que desprende la ciudad cuando el cielo deja de amenazar y las parejas toman el tibio sol junto al Pont des Arts, o en Montmartre, repartidos por las escalinatas del Sacré-Coeur, pasean por los jardines de Luxemburgo, el parc de Belleville o de Bercy, o la place des Vosges. Ese París donde los museos no recuerdan a los tormentos de Modigliani, Cézanne o Van Gogh, buscando la expresión más honrosa de su talento, sino lugares de solaz y esparcimiento donde un joven francés persigue a una atractiva muchacha y terminan charlando animosa y curiosamente sobre Picasso, Rousseau o Laurencin, y luego cenan en algún bistró o visitan Shakespare and company. a la luz de las farolas.

En 'La panadera de Monceau' hay, también, ya algo de ese aire mordaz con que Rohmer retrataba a los errabundos emocionales; siempre, entre fortuitas aventuras y espontáneos romances, queda alguna promesa rota, algún corazón rechazado, esas implacables puertas ya nunca abiertas que esconden un "¿qué podría haber sido?" que ya nunca más será.

Gracias.
Nuño
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1 de julio de 2011
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corto de Rohmer sobre algunos de sus temas habituales (la atracción, el flirteo a dos o tres bandas, encuentros y desencuentros amorosos), con la habitual voz en off y ese análisis algo distanciado que a veces realiza acerca de los personajes.
La falta de verdadera pasión manifiesta, la aparente impasibilidad del protagonista (aunque una sabe que sí, que le gusta mucho la chica en cuestión y que la otra es un pastel de segunda mesa, pero lo sabe por lo que él dice, no porque el tipo despierte una especial simpatía) y el hecho de que los escarceos del estudiante en un fresco mes de mayo (tan frío como el film en sí) no me son de gran interés, causan que este mini "Cuento moral" no se me quede como algo perdurable.
Vivoleyendo
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5 de mayo de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filmada en el año 1963 por el director Éric Rohmer, este mediometraje, siendo el primero de la serie llamada ´´Seis cuentos morales´´, nos cuenta la historia de un hombre que se enamora de una mujer, llamada Sylvie, a la que se cruza todos los días por la calle, y con quien intercambia rápidas miradas, aunque sin animarse a hablarle.

Un día, ella no aparece. Pasan dos, tres, varios días sin volver a verla. Su obsesión por encontrarla, y hablarle, lo lleva a deambular por las calles de París, al azar. En su incansable flânerie, encuentra una panadería, y, en ella, a una simpática vendedora. Ésta representa el opuesto a Sylvie. Tanto en belleza como en estilo. Su orgullo, cercano a la pedantería, le permite dejar que el coqueteo siga su curso, aunque él mismo sepa que ella no le interesa en absoluto.
Pero las cosas se complicarán cuando se tope nuevamente con Sylvie.

La estupenda fotografía, a cargo de Jean-Michel Meurice, pintor, fotógrafo y director francés, nos hace un muestrario de la vitalidad de las calles parisinas, de los cafés, las ferias, los tranvías, los bulevares. Los eventos se desarrollan en crudo, no existe banda sonora. El ruido del tráfico y del bullicio de la gente es su única música.

Si bien entraría dentro del género romántico, habría que aclarar que el romanticismo francés del siglo XX, difiere del de los demás países; contiene ese sello distinguible: el del enfoque, acaso un poco retorcido.

Agradable mediometraje, de un director/guionista que no es para cualquiera.
Black Floyd
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