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Una hora en su vida

Comedia El comendador Carloni ha de recoger el vestido de la primera comunión de su hija. Cuando lo pierde accidentalmente, hará todo lo posible para recuperarlo, viéndose inmerso en un montón de extrañas aventuras relacionadas con todo tipo de personajes (un taxista, un policía, la misma vecina de su casa). (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
27 de enero de 2013
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trata de la primera comunión de una niña en la Italia de los años 50. Como el vestido no llega, su padre va a buscarlo a casa de la modista, pero durante el camino de regreso debe afrontar todo tipo de increíbles dificultades y desventuras, pero cuando todo parece que está perdido…

Una adorable película con una clarísima influencia neorrealista que nos habla de las vueltas que da la vida y con una magnífica descripción de caracteres. Una de las comedias más celebradas de su autor, justamente premiada en el Festival de Venecia y que cuenta con el gran Aldo Fabrizi que nos ofrece una exhibición interpretativa emotiva y humorística.
Juan Marey
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11 de abril de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso. Parece que esta película carezca de importancia. Una más entre tantas y tantas olvidadas; como si no hubiera en ella nada digno de relevancia. Craso error. En "Una hora en su vida" de Alessandro Blasetti cada detalle cuenta. Y hay muchos. El denostado director italiano lanza andanadas a diestro y sinestro. Es una mirada, un llanto, un gesto. No hay personaje sin importancia. La cinta necesita de más de un visionado para captar toda su esencia. Sin duda, ésta se desparrama vaporosa, críptica y trepidante en cada secuencia magistralmente dirigida.

Aldo Fabrizi es un fuera de serie y carga con el peso de la historia. Borda un personaje nervioso, egoísta, impulsivo, dictatorial y serio. Es un tipo serio y amargado que, curiosamente, hace reír al espectador. Sus actos son cómicos por ridículos pero, sus intenciones, deplorables. El discurso que espeta a su mujer casi al final de la cinta es vomitivo. Es en dicha secuencia cuando el espectador casi se arrepiente de todo lo que se había reído anteriormente. Incluso, a veces, Carlo nos daba pena. Ahora ya no. Se ha quitado la careta y nos ha recordado a un animal. El 'cerdo' con el que se adjetiva es un eufemismo de lo que realmente se merece.

Pero es hora de hablar de los detalles, de las pinceladas geniales del artista Blasetti, de su magnético poder para hechizar al espectador. Zarandeados por un ritmo frenético no nos queda otro remedio que el de no bajar la guardia y prestar atención a la información que se trasluce en ciertas miradas (la lasciva de Carlo a su criada, la bondadosa de la tejedora, la afilada de la hija de ésta, las dulces y luminosas de las niñas en sus reclinatorios, la de la vecina guapa desde lo alto de la escalera). No debemos tampoco ignorar que sólo uno de los sueños de Carlo plantea una situación de humildad y de camaradería. El resto ya se sabe: yo, yo y yo. Por último, el mago Blasetti, bajo esa pátina de humor trepidante, nos muestra el DOLOR provocado a causa de un egoísmo brutal. El daño a su esposa es irreparable. Y no la engaña. Tampoco a la hija de la tejedora que, en un duelo de miradas al estilo del más sórdido western, deja claro al orondo comerciante que ella ni perdona ni olvida.
el chulucu
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25 de enero de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tan inusual el hecho de que alguna televisión pública y/o generalista exhume cine del paleolítico, que no pude resistir la tentación de grabar esta cortesía de la 2. En una Italia muy parecida a la España de los 50, un vestido de primera comunión mete en un lío fenomenal al pobre Fabrizi, que grita, gesticula, suda, corre, echa miradas salaces a la vecina ligera de cascos, no se da cuenta de que la criadita está loquita por él y, en definitiva, vuelve loca a media ciudad por el dichoso vestido. Cine apolillado, de un humor discutible (al cuarto de hora estaba un poco harto del histrión Fabrizi y sus meteduras de pata), pero que no deja de lanzar una mirada suavemente crítica sobre una ciudadanía y una época muy concretas. Una especie de documental de ficción que no se prolonga en exceso y fenece a los 80' sin ofender ni una pizca.
Eduardo
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17 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno cree que el mundo, el sol y las estrellas giran para él y por él en el universo, corre el peligro de convertirse en un ser realmente sombrío, ridículo y necio a la vez, como le sucede a este personaje, excelentemente interpretado por Aldo Fabrizi, que en el fondo no es una muy mala persona, es sólo que su ego se ha visto inflado en demasía llegando a perder el norte de su realidad.
La más mínima contrariedad a sus deseos espoleará su impaciencia y se tornará aguijón que hará estallar su irritable carácter.
Es por eso que a punto estará de echarlo todo a rodar cuando en el día de la primera comunión de su única hija, un pequeño retraso en la entrega del vestido por parte de la modista, suponga el inicio de toda una serie de aventuras, a cual más ilustrativas, en las que nuestro hombre (un empresario hecho a sí mismo tal y como proclama con pomposo orgullo), se verá envuelto cuando trate de recuperarlo, poniéndose en evidencia con su talante narcisista.
Una comedia costumbrista, ácida y realista, (a mí me recuerda mucho a Berlanga) que no sólo refleja muy bien las costumbres, modos de vida y personajes de la época. Es que es un muy certero retrato de un personaje muy actual. El señor Carlino qué duda cabe que pervive a día de hoy, quizás más que ayer. Nos cruzamos con él todos los días. En el rellano, en el garaje, en el fútbol, en la política, en la oficina y en el bar...Busquen a su alrededor y lo encontrarán, seguro. De Carlonis está el mundo lleno por desgracia...Y a pesar de eso, las cosas aún funcionan. No sé cómo, la verdad.
Izeta
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31 de enero de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Lloviendo piedras” es una interesante película de Ken Loach; y lo es, interesante, desde el punto de vista sociológico, histórico, económico, religioso y, por descontado, cinematográfico. Trata de los penosos avatares que sufre un obrero irlandés en paro para proporcionarle a su hija un vestido de primera comunión que no desentone con lo que tradicionalmente se suele hacer en Irlanda. “Una hora en su vida” (Prima comunione) trata el mismo asunto, pero situado en la Italia de principios de los 50, en un medio económico más acomodado y mediante un tratamiento muy distinto.
Carlo Carloni, impagable como siempre Aldo Fabrizi en el papel, es un confitero romano que va a celebrar la primera comunión de una de sus hijas en la parroquia del barrio. La propia mañana del día señalado para la celebración se encuentra con que su hija no tiene vestido porque la modista no lo ha tenido a tiempo. A partir de aquí, se dispara la acción y Carloni, como padre responsable, trata de reparar el percance por todos los medios que se le ocurren. Y son muchos, porque no se detiene ante nada.
La película es evidentemente un festival Aldo Fabrizi, Para que se entienda, algo así como si le hubieran confiado el papel a Louis de Funès: y así vemos a Carloni conductor novato cometiendo mil y una tropelías, a Carloni peatón intemperante agarrándose del moño con media humanidad, a Carloni donjuán de pacotilla tirándole los tejos a la vecina exhibicionista, a Carloni vecino prepotente tratando de achantar con sus billetes a quien sí tiene un traje a punto para su hija...
Aparte de esto, la película tiene la gracia de mostrar lo que era la vida en esos años, tanto desde el punto de vista urbanístico, como de la moda, masculina y femenina, la vida social, el lenguaje, las costumbres, la religión, católica por descontado, etcétera. Quizá no sea mucho, pero es un interesantísimo escaparate de la evolución histórica del mundo occidental. Este tipo de película costumbrista debiera convertirse en material de obligada visión para todo aquél que tiene la aspiración de ofrecernos una narración, bien sea novelística, bien cinematográfica o teatral, y quiere situarla en una época que no conoce de primera mano. Se evitarían así vergonzosos patinazos en los que incurren autores que nos venden su cocido narrativo a miles y decenas de miles de ejemplares y nos cuelan expresiones, construcciones, etc. que de ninguna manera hubieran podido salir de la boca de personajes de la época que pretenden retratar.
Toribio Tarifa
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