La flor del mal

A Chabrol se le puede achacar que siempre haga una misma película. Es cierto. Al menos desde una perspectiva que incurre en la injusticia, en la simplificación del artificio del cine y, sobre todo, desde una perspectiva superficial. Baste mencionar estos nombres para que más de uno deba replantearse su postura respecto al cine de Chabrol: Allen, Hitchcock, Fellini, Rohmer. Clásicos del cine que, a lo largo de sus respectivas carreras, han tenido que aguantar el (justo) sambenito de hacer siempre la misma película.

Y sí que es cierto que los temas continúan inmutables a lo largo de los años, pero el mero hecho de que sus películas no pierdan ni un ápice de verosimilitud (siendo, como son, ambientadas en su contemporaneidad) debería hacer recapacitar a los que denostan la obra del director de “Nada”. Porque lo que tampoco podrán reprochar al cine de Chabrol es que su construcción sea simple, o que sus argumentos se deslicen con lasitud, o que su puesta en escena sea despreocupada, o que los actores que incorporan los personajes de sus tramas estén desgobernados.

Tratando con el máximo respeto la obra de un director que ha aportado tantos momentos de entretenimiento dentro de cronométricos mecanismos propios del más preciso relojero, “La flor del mal” es una variación más de lo que ya habrán podido contemplar y disfrutar los espectadores que elogiaron “No va más”, “Gracias por el chocolate” o “La ceremonia”.

De nuevo arropado por su equipo técnico habitual –en el que tampoco faltan familiares– y con un reparto una vez más acertado y no tentado por la estridencia (Benoît Magimel, Nathalie Baye o Bernard LeCoq), “La flor de mal” constituye el penúltimo capítulo de la crónica de la podredumbre de la burguesía de provincias, de la crónica de la debilidad de la civilización, de la crónica del descubrimiento de las llagas de la felicidad. Y de nuevo: ¿qué mejor territorio para corroborar estas hipótesis que más parecen ya estigmas? Y, ¿qué género más adecuado para ribetear esta crónica de la destrucción de una familia que el género negro, tan querido por Chabrol?

Al igual que en “Gracias por el chocolate”, donde también la aparentemente feliz y agradable familia protagonista ocultaba agujeros negrísimos, en “La flor del mal” un secreto y un personaje desestabiliza, con –precisamente, de allí la sagacidad y la brillantez de Chabrol– su preocupación por el mantenimiento del status quo familiar (imponer la podredumbre de la familia no es más que el primer paso de su fin), llevará al clan a una explosión que no debe concluir –como ocurría en aquélla– con la resolución de un misterio que, si bien sí que se lleva a efecto, no hace más que realzar el concepto del cine de Chabrol. Un cine en el que el medio en que explica sus interesantísimos argumentos preocupa más que éstos.

Empecemos por el principio: Suzanne Flon se roba toda la película. Imposible no comenzar mencionando una formidable interpretación a los ochenta y cinco años, una demostración de entereza artística que tras aquella pacífica sonrisa esconde un toque perturbador, bien orquestado por Claude Chabrol al crear el climax exacto para dejar esos momentos turbios, inquietantes, con las secas cadencias de la música de fondo puliendo aquel escenario.
Con aquellos momentos como puntos de quiebre, todo lo que se construye a su alrededor se mueve, no tan ágilmente a veces, pero sí sin dejar de inquietar. Ese es otro punto a favor: nunca deja de estar latente esa sensación de que el shock está por llegar (no por nada hay tantos primeros planes sobre puertas o umbrales, siempre dejando algo a punto de pasar), pero además, dejando una base tan sólida que incluso en algunos momentos se permiten unos raptos de humor negro, macabro, que encaja perfectamente sobre un aura tan densa y oscura.
Como siempre, en las fotos de familia hay mucho más de lo que el ojo puede ver.

No estoy muy familiarizado con el cine del director francés ya que tan solo he visto dos películas suyas y ha sido dos de las últimas que ha dirigido. Una es esta y la otra es "La dama de honor". Las dos me parecen buenas y entretenidas aunque no brillantes. Pero espero ver en un futuro más suyas porque me han parecido dos buenas películas.

Tiene buenas cosas esta película. Pero también tiene muchos altibajos. Combina momentos muy brillantes con otros aburridos. El director, por suerte, tiene una historia interesante entre manos y sabe más o menos llevarla con pulso. La relación entre los hermanastros está bien, el personaje del padre también es interesante y el de la tía Line es también bastante bueno.

Del reparto la que menos me ha gustado ha sido Nathalie Baye, aunque está correcta. Están bien Benoît Magimel y Melanie Doutey en sus personajes y en la relación que tienen y por supuesto están muy bien Bernard Le Coq y Suzanne Flon. El resto de actores ya son muy secundarios, sin peso en la trama y se limitan a cumplir sin molestar.

Tiene un par de escenas brillantes y un final interesante y que concluye bien la película. Lo más aburrido, quizá, sea todo lo de la movida de la política que lleva el personaje de Nathalie Baye aunque uno quiera saber quién es el que ha mandado la carta esa que pone a parir a la familía. Lo demás entretiene gracias a los actores, al guionista y al director pero no es brillante. Podía haber sido mucho mejor.

Y aunque no sea ninguna maravilla, me parece una digna película de ver.

Bueno, es una película interesante, bien construida, muy bien interpretada, con un retrato de una familia burguesa, casi caciquil, de la Francia agrícola. Esa es la parte mejor del filme: el retrato familiar, los secretos, la placidez externa del núcleo familiar que esconde un interior negro y retorcido... El pasado, que vuelve. Pero, ay, de Chabrol se espera más, mucho más. Y esta no es una película redonda. Interesa pero como de pasada, no te atrapa en ningún momento, pese a las grandes interpretaciones femeninas y al trasfondo costumbrista que nos muestra, tan bien construido.

Chabrol es más que esta película, mucho más. A Dios gracias.

Otra típica película de tono chabroliano, un drama bien narrada in crescendo, trabajada con bastantes anécdotas vividas. lo que demuestra que o que hay cierta carga autobiográfico o mucha investigación y que debería ser puesta en muchos talleres de autoayuda de cómo dejar atrás el pasado. Sin embargo, es una película que estando bien, no me ha emocionado del todo.

Me he estado riendo viendo varias partes y tics de esta película que es otra más de Claude Chabrol sobre la culpa de la gente que abusó en la Francia ocupada al ser colaboracionista y como los hijos y descendientes repiten el papel de víctima, piensan en la venganza o adquieren el papel de verdugo.
Es un tema bastante doloroso que en realidad en España no se ha tratado mucho ni con profundidad y equidad, saber que gente que mató a tus antepasados durante la Guerra, incluso siendo colaboracionista, convive cerca tuyo.

Sin embargo, no me he reído por el drama de sensibilidad chabroliana (bastante adecuada para la historia tal como la cuenta desde la impotencia con el paso lánguido del tiempo), si no porque se parece mucho a Volver de Pedro Almodóvar y de hecho sirve bastante para entender mejor la película de Almodóvar trasplantada al mundo manchego. Lo que mientras Almodóvar se centra en el estudio de cierta culpa de las mujeres asesinas.