Que Richard Quine sea un director esporádicamente muy inspirado (como en la maravillosa Un extraño en mi vida con Kim Novak) y Audrey Hepburn un icono irrepetible del cine no obsta para reconocer que esta película es, en mi opinión, un fracaso sin paliativos. Ese juego sobre los mecanismos creativos a traves de los cuales parecen interpenetrarse realidad y ficción le salió bastante bien a Quinn en aquella otra peli suya sobre un dibujante de comics interpretado por un inspirado Jack Lemmon, pero aquí las dos historias paralelas resultan extremadamente sosas y aburridas (sobre todo la de ficción) y nunca acaba uno de "meterse" en la película. De hecho, tuve que tirar de forward a los veinte minutos porque solo quería que acabara ya de una vez este tostón. Lo siento por ti Richard y por ti Audrey, porque me caéis bien, igual que me cae bien William Holden (los dos estuvisteis muy bien en Sabrina, diez años antes), pero aquí la cagasteis bien cagada. Supongo que todo el mundo pensó que después de My Fair Lady, estrenada por entonces (1964), cualquier cosa que hiciera Hepburn sería aun éxito y no, las cosas no son tan sencillas.