Que los Héroes son efímeros y los Antihéroes son eternos es algo que se sabe desde los tiempos de las tragedias griegas. Y Crazy Heart no esquiva el tópico, es más, lo explota.

Bad Blake malvive con giras de medio pelo a lo largo del agreste sur estadounidense. El que en día fuera un reconocido cantante country es hoy la sombra de aquel éxito lejano: hosco, solitario, bebedor, con un corazón no tanto rebelde, sino más bien loco (Ay los títulos españoles...), loco y roto, pues todo aquello que tuvo, todo aquello a lo que cualquier ser humano aspira (alguien a quién querer y quién te quiera) lo ha perdido... hasta que de pronto, aparece.

Crazy Heart no es el paradigma de la originalidad, ni pretende descubrir nuevos horizontes en ninguno de los temas que toca (Alcoholismo, Éxito y Caida, Redención, Musical Realista), pero posee una honestidad fuera de toda duda, un carácter muy típico estadounidense de contar la historia bajo el prisma de personas sencillas, sin alardes o heroísmos especiales.

Y es esta humildad lo que imprime a Crazy Heart una emotividad de la que su guión -en parte- carece, y que viene dada ante todo por la -aparentemente- fácil interpretación de Jeff Bridges. Él es el que elabora todo el discurso de la película con una sola mirada, o con una palabra mascada como si se tratara de una hoja de tabaco. Su interpretación es auténtica, sencilla y medida. Él da fuerza, poder y trascendencia a este canto del cisne, y Crazy Heart acaba convirtiéndose, conforme avanza, en una melancólica, realista, contemplativa y bella canción sobre viejas heridas y nuevos caminos.