El bueno de Woody se olvida momentáneamente de "la vieja Europa" tras tres proyectos londinenses y uno barcelonés, y regresa a su casa, a su adoradísima Nueva York, que gracias a su cine y al de otros nos hace olvidar a los que no la conocemos en persona que no hemos estado allí todavía.

Y lo hace con una comedia que, efectivamente, funciona. Porque hace reir, porque tiene ingenio en esos diálogos marca de la casa (como siempre, sobre sus obsesiones: la religión, el sexo, el judaísmo, el psicoanálisis, las relaciones humanas...) y porque cuenta con un alter ego, Larry David, que cumple estupendamente en su papel de maduro neurótico, cínico y solitario que se ve obligado a acoger durante unos días a una jovencita (correctísima también Evan Rachel Wood) en su apartamento.

Los problemas -porque la cosa funciona pero no es desde luego perfecta ni infalible ni gloriosa- también son los habituales en Allen: que es más de lo mismo, que no aporta mucho ni se diferencia en exceso del resto de sus comedias neoyorkinas ni de sus personajes mil veces presentados, que su realización es teatrera y algo plana...

Pero lo dicho: como los actores, diálogos, situaciones, chistes... entretienen, divierten y hacen pasar un rato agradable y en absoluto aburrido..., pues eso, que sí, que la cosa funciona.