Intento neozelandés de combinar comedia con terror que sale peor parado de lo que la propuesta merecía. Un joven inadaptado y heavy encuentra la manera de invocar a los demonios del infierno tocando unas partituras metaleras. Junto con el resto de su banda tendrá que apañárselas para intentar revertir los efectos de la invocación.

Las intenciones humorísticas son patentes desde que comienza la función, lo malo es que no cuajan en nada consistente ni que arranque más que alguna sonrisa. Además de que el ritmo es muy desigual y cuando no hay metal sonando de fondo la cosa es bastante inane y con visos de cine amateur. Visto que la vertiente humorística no termina de carburar, el guión se mete de lleno con el gore y los chorreones de sangre, todo ello artesanal y con algunas escenas que remiten directamente a Braindead, de Peter Jackson. Nos deja claro que asistimos a una monumental gamberrada donde solo queda presenciar desmembramientos, decapitaciones y, vale, algún momento cómico conseguido, pero poca cosa a tenor del material del que se disponía.

Los fervorosos entusiastas del metal y del gore gratuito, sin mayores aditamentos, se lo van a pasar pipa. Pero con un público objetivo tan definido, los que se queden fuera de ese espectro van a tener serios problemas para conectar con esta oferta cinematográfica.