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Spain Spain · Valencia
Carorpar rating:
7
Drama. Romance An old clown (Charles Chaplin), after preventing the suicide of a young dancer (Claire Bloom), takes care of her and tries to teach her everything he knows about theater so she can succeed.
Language of the review:
  • es
April 29, 2020
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Aunque todavía rodaría “Un rey en Nueva York” (“A King in New York”, 1957) y “La condesa de Hong Kong” (“A Countess from Hong Kong”, 1967), el adiós de Chaplin a Hollywood tiene bastante de testamento cinematográfico, de mutis por el foro de quien se sabía —con justicia— uno de los más grandes cineastas de la historia, si no el que más; contándose, de hecho, entre las figuras máximas del arte contemporáneo.
“Candilejas” no constituye, ni mucho menos, una de sus obras cumbre —a mi juicio, el periodo más fecundo de Charles Chaplin son los quince años que transcurren desde “La quimera del oro” (“The Gold Rush”, 1925) hasta, por supuesto, “El gran dictador” (“The Great Dictator”, 1940) —; no obstante, se trata de un emotivo melodrama en el que rinde homenaje al vodevil con que debutara en el mundo del espectáculo y que tanta influencia tuvo en su larga y prolífica carrera.
De algún modo encontramos también un tributo al cine mudo —para 1952, ya largamente extinto— cuando entra en escena el desopilante Buster Keaton, otro de los actores clave en la conversión de aquella atracción de barraca de feria en espectáculo universal. El número con que ponen punto final a la película, tragicómico colofón que hubiera firmado el mismísimo Molière, es una maravilla, hilarante y nostálgica a un tiempo, que nos retrotrae a los años ingenuos y felices de la infancia del medio.
La historia de ese viejo payaso, acabado y alcohólico, que se desvive por sacar adelante a la joven promesa contiene una clara alusión al recambio generacional, a mi juicio sin la amargura que ciertos críticos han señalado. Al contrario, preside el argumento un optimismo contra viento y marea, perfectamente encarnado en la luminosa sonrisa de una debutante Claire Bloom —magnífica, pese lo imponente de compartir plano con un tótem de la talla de Chaplin—.
Otra cosa es confundir la alegría de vivir con mera, edulcorada gazmoñería, lo cual, por otra parte, no manifiesta sino un desconocimiento flagrante de la filmografía de Charles Chaplin, quien nunca se dejó tentar por los cantos de sirena de la lágrima fácil y, de hecho, trató siempre al espectador como a un adulto dotado de inteligencia y, por ende, sentimientos complejos, a diferencia de muchos ejemplos —conspicuos algunos— de la ulterior evolución del género.
Carorpar
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