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Feisal rating:
7
6.4
76,662
Thriller
Ten years have passed since Dr. Hannibal Lecter escaped from custody, ten years since FBI Agent Clarice Starling interviewed him in a maximum-security hospital for the criminally insane. The doctor is now at large in Europe, pursuing his own interests and savoring the scents and essences of an unguarded world. But, Starling has never forgotten her encounters with Dr. Lecter, and the metallic rasp of his seldom-used voice still haunts ... [+]
Language of the review:
- es
November 3, 2011
2 of 3 users found this review helpful
Hannibal Lecter, icono desde que Anthony Hopkins se calzara la máscara y enumerara sus gustos gastronómicos, merecía un regreso así. En plena forma y por la puerta grande, como los toreros, cortando dos orejas y rabo (y comiéndoselos también, supongo). En esta película, que merece más de una revisión a pesar de los palos caprichosos que la muy caprichosa crítica le dio en su día, Ridley Scott oficia de maestro de ceremonias para la vuelta al escenario del mejor gourmet de la historia. Importa muy poco que Clarice ya no sea la Clarice aplicada, alumna y jovencita de la primera película. Ni siquiera que no sea la diminuta Jodie Foster y lo sea la sensual y curvilínea Julianne Moore. Porque ésta es una película por, para y desde Hannibal. Ya desde su propio título.
Ridley Scott sabía lo que se hacía, sabía que había aceptado la patata caliente de volver a tocar un personaje santificado por Hollywood, los Oscars y la mitomanía cinéfila. De manera que él, Steve Zaillian y David Mamet (tres nombres de aupa) decidieron, sencillamente, abrirle la jaula al caníbal y dejarle libre. Por ello, la primera hora de película es asombrosa. "El silencio de los corderos" era una película sobre Clarice Starling, no sobre un Hannibal encerrado en su jaula, divagando, riéndose y psicoanalizando a su alumna. Aquí, el doctor tiene a toda Florencia a su disposición. Tiene sus calles, sus cafés, sus monumentos, sus palazzos, sus vinos, su aroma. Vive en libertad, y se siente satisfecho y en paz. Tan en paz, que el ser descubierto por un nervioso y decidido inspector de policía italiano (un buen Giancarlo Giannini) no le supondrá más que pequeñas molestias y unas buenas ganas de (sangriento) cachondeo a su costa. Y encima dando lecciones de historia del Renacimiento. O sea: Hannibal Lecter en su más perfecta salsa.
Ridley Scott sabía lo que se hacía, sabía que había aceptado la patata caliente de volver a tocar un personaje santificado por Hollywood, los Oscars y la mitomanía cinéfila. De manera que él, Steve Zaillian y David Mamet (tres nombres de aupa) decidieron, sencillamente, abrirle la jaula al caníbal y dejarle libre. Por ello, la primera hora de película es asombrosa. "El silencio de los corderos" era una película sobre Clarice Starling, no sobre un Hannibal encerrado en su jaula, divagando, riéndose y psicoanalizando a su alumna. Aquí, el doctor tiene a toda Florencia a su disposición. Tiene sus calles, sus cafés, sus monumentos, sus palazzos, sus vinos, su aroma. Vive en libertad, y se siente satisfecho y en paz. Tan en paz, que el ser descubierto por un nervioso y decidido inspector de policía italiano (un buen Giancarlo Giannini) no le supondrá más que pequeñas molestias y unas buenas ganas de (sangriento) cachondeo a su costa. Y encima dando lecciones de historia del Renacimiento. O sea: Hannibal Lecter en su más perfecta salsa.
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Spoiler:
Hiciera lo que hiciera, Scott lo tenía difícil para salir librado del ataque de la crítica y los adoradores de la primera y extraordinaria (que también) película de Jonathan Demme. La única forma hubiera sido encerrar de nuevo a Hannibal y someterle a nuevos interrogatorios de Clarice. Fácil, ¿no?. Así que se arremangó, y simplemente le dio un giro a la historia del caníbal. A su deambular. Durante la primera hora, Hannibal controla la situación. Después, su pasado acaba controlándole, en forma de antiguo cliente/psicópata/millonario desfigurado y vengativo, personaje histriónico e hilarante. Y en forma de Clarice Starling. Lecter deja el paraíso florentino, y vuelve a casa, para cortar todos los hilos que pudieran quedarle y ajustar cuentas. Por eso, esa segunda hora es la más desatada, gótica y desmesurada. Cerdos salvajes, personajes caricaturescos (ese Mason Verger salido de alguna viñeta de Alan Moore), la cena con el pobre Ray Liotta, al que se le acaban las ideas, y una Clarice que pierde el paso de los acontecimientos.
"Como dijo mi madre, siempre es bueno probar cosas buenas". Ridley Scott deja en manos de un, de nuevo, impecable Anthony Hopkins organizar la fiesta final de despedida de su personaje ("El dragón rojo" no cuenta salvo como curiosidad palomitera pasable), con Hans Zimmer en una de sus mejores partituras, y John Mathieson encendiendo las velas de una fotografía sencillamente prodigiosa. La fiesta final no es apta para todos los paladares, es más un ajuste de cuentas con todo lo que le ha atado hasta ahora. Y tras ella... nuevos horizontes para un hombre libre.
"Como dijo mi madre, siempre es bueno probar cosas buenas". Ridley Scott deja en manos de un, de nuevo, impecable Anthony Hopkins organizar la fiesta final de despedida de su personaje ("El dragón rojo" no cuenta salvo como curiosidad palomitera pasable), con Hans Zimmer en una de sus mejores partituras, y John Mathieson encendiendo las velas de una fotografía sencillamente prodigiosa. La fiesta final no es apta para todos los paladares, es más un ajuste de cuentas con todo lo que le ha atado hasta ahora. Y tras ella... nuevos horizontes para un hombre libre.