Especialísima película que a muchos muchachos de entonces nos llenó de sueños e ilusiones. Para mí, la mejor de todos los filmes de la saga de western cómicos protagonizados por Terence Hill.

La historia nos presenta a tres antisociales o forajidos que han de maleducar (educar) al hijo de un cuarto compañero fallecido, “el inglés”. Este hijo (Terence Hill) llega desde Inglaterra y es un educado caballero dado a costumbres que en el medio del Oeste americano resultan chocantes y motivan a risa (como por ejemplo hacer gimnasia por las mañanas, montar en bicicleta o pelearse a puñetazos según el estilo del boxeo británico de la época); mas como es un tipo guapo de ojos azules y tiene además un título de nobleza, la hija del ricachón malvado se queda prendada de él y él de ella.

Además de buenos toques de humor, se incluyen cachondas peleas, abusadores que están pidiendo que alguién les pare los pies, endurecimiento del endeble, venganza y romanticismo sensual. ¿Qué más se le puede pedir? Cuando vimos esta película a principios de los años setenta del s. XX nos encantó tanto que muchos fuimos a verla de nuevo al día siguiente y repetimos más veces. Y los cines donde se exhibía, al menos en España, tenían sus funciones a rebosar de gente joven aplaudiendo y gozando. Recuerdo como en su estreno, los niños y adolescentes, clamábamos de entusiasmo, hacíamos algarabías riéndonos a rabiar a lo largo de toda la filmación.

Los exteriores fueron rodados en Yugoslavia, cerca de Zagreb, en unos parajes que así de pronto no parecen los típicos de aridez que suelen ser característicos de númerosas películas del Oeste. Vemos precipios por los que avanza un tren, vemos pequeños prados verdes junto a un lago o río de azul grisáceo, lugares preciosos y que en ningún momento desmerecen o inducen a pensar que la narración no es del Oeste americano, de allá por los alredores de Yuma.