Luego de un inicio retrospectivo y conmovedor, rápidamente All good things nos mete en la piel de tres actuaciones harto sobrias. Bienvenidos al falso paraíso de una pareja superficialmente amorosa pero profundamente disfuncional. O por lo menos es una manera de describirlo, porque lo sufrido de la situación logra calar en el espectador a fuerza de un guión que se antojaba consistente; eso al margen de una música que establecía tonos que no necesariamente se aplicaban a lo visto: como meter un soporte que en sí mismo no se soportaba con otros medios, como podía ser la puesta en escena.

Porque inicialmente el camino parece prefijado, los avatares narrados parecen prolijos, y es probable que así sea. No obstante la película se...bifurca, divide, por decirlo más precisamente se metamorfosea desde la tan mencionada desaparición. En rigor parece otra peli, los focos de atención ya son otros y allí es donde, intuyo, comienza a meter presión el caso real: lo que verdaderamente sucedió. El problema es que eso que parece haberse dado en la vida real desbalancea al guión, lo desvía demasiado de sus premisas originales, manidas pero bien llevadas hasta ese entonces.

Un pasable apenas porque todo se desinfla en sus tramos finales, y yo me quedo con la siguiente pregunta: ¿resultó en última instancia meritorio poner en paños fríos el caso, tornándolo como una conversación dentro de un jurado? A veces la vida real desmerece al arte, sea cinematográfico, vistoso, mundano o de sobremesa.