Como película de protesta, vale desde lo que pretende transmitir, no el resultado final del mensaje. Algunas cosas resultan claras: se invirtió poco, el argumento sirve a una causa tan vital como ajena, los actores y la dirección jamás fueron trabajados y... no resiste un análisis profundo sobre el acoso escolar porque se desintegra, literalmente, en su último tramo. Allí donde se deberían ver las alternativas, allí en donde la peli debe hacer toma de posición se aleja cobardemente, roza lo descafeinadamente pancartista y se deshilacha, perdiendo cualquier rostro, tanto el artístico, es una película, como el social, puesto que para eso fue creada.

Bullying es acoso, OK, lo que no está OK, y perdón por el OK, es su título deliberadamente anglosajón. Que el problema es global, no hay duda, y que la película intenta lanzarse más allá del viejo continente, tampoco. Pero hablamos de violencia social, un tipo de violencia social tan tremendo como cualquier otro y que pone su punto de inflexión en el abuso de poder, o sea, en la invasión de algo sobre otra cosa. Si se titula Bullying, y no acoso, o violencia escolar, se está dejando, digamos, penetrar, invadir, denuncia lo que termina por hacer efectivo ya desde el vamos. Ciertas hipocresías no se perdonan, ésta es una de ellas.

Posee sus puntillos. La tensión crece adecuadamente y hay un tratamiento de las luces y las sombras que hasta parece una peli de terror por momentos. Hasta ahí sus virtudes, lo demás es barato, sensibloide, decididamente pasivo.