Jean Becker consigue hacer películas tan particulares que se hacen universales.
No cabe duda de que cuida mucho el aspecto formal de su cine. Desde el primer plano, el cual se asemeja a un cuadro con el campo como protagonista, demuestra su gusto por los encuadres y la plasticidad.
En este caso, el director de “Dejad de quererme”, parte de un pintor en crisis matrimonial y creativa que huye de la ciudad para volver a sus raíces, y se refugia en una casita de campo familiar, contrata a un jardinero, antiguo obrero ferroviario, que resulta ser un antiguo compañero de colegio. La película trata de la interacción de ambos, aunque casi todo el aprendizaje y la observación corre a cargo de Delpincel.

A pesar de su belleza formal, la película, por momentos se hace lenta. Me ha parecido que está un escalón por debajo de “Dejad de quererme”, quizá por su inacción en algunas fases. Posiblemente, algún flash-back más extenso y detallado, hubiera animado un poco las conversaciones entre Delpincel y Deljardín, sin apenas sonido de fondo ni banda sonora. La perspectiva de ambos personajes está tomada desde un ángulo escorado, no muy lejos pero tampoco demasiado cerca, de tal manera que el espectador, no llega a identificarse totalmente con ninguno de ellos, al percibirlos equidistantes. Resumiendo, podría decirse que el tema de fondo es interesante, pero el envoltorio no tanto. Personalmente, tenía buenas referencias y quizá, me esperaba un poquito más.

No obstante, es una película que se ve con sumo agrado, por su historia de amistad y camaradería y la gran humanidad que desprende Jean-Pierre Darroussin.

Habla de pequeñas cosas que pueden parecer insignificantes, pero que en ciertas circunstancias pueden cobrar mucha importancia.