Y eso es lo que le falta a esta película. Le falta un guión artístico que narre una historia interesante para el espectador. Le falta un director que sepa ensamblar una escena con todo lo que ocurre en ella y mantenga a raya a los actores para que expresen algo. Con la luz y la fotografía se crea un ambiente que tiene que ser adecuado a la historia que se está contando. La música, los decorados, todo falla por su vulgaridad. Y así queda la película, vulgar. ¿No pretenderá el director hacernos creer que esta es una película revolucionaria y antisistema, solo porque un personaje diga en un momento que su pretensión es “ir en contra de los capitalistas de clase media machistas”? El caso es que desde 1997 Steven Diller no ha vuelto a escribir un guión ni a dirigir una película. ¡Qué suerte hemos tenido los espectadores! Todos los que puedan librarse de ver esto, háganme caso, libérense.