El Cesar a la mejor película de este año, nos trae la biografía de Sépharine de Senlis, una desconocida pintora -al menos para los que no somos muy entendidos en el tema- que se dió a conocer en la primera mitad del siglo XX. El film narra de manera lineal su descubrimiento como artista, su fugaz etapa de éxito y su caída a los abismos de la locura. Lo hace de una manera respetuosa, acercándose al personaje con mucho tacto, intentando adivinar su personalidad desde fuera, aunque sin acabar de conseguirlo totalmente. En este sentido, el personaje del coleccionista alemán Wilhelm Uhde se transforma en una especie de alter ego del espectador, y es a través de su mirada desde donde el director nos intenta contagiar la fascinación de este por la figura de la pintora. Una fascinación que va mucho más allá de sus cuadros y se concentra en su misteriosa personalidad.

¿Podríamos hablar de Séraphine de Senlis como de una artista pura en el sentido más amplio de la palabra? Su arte -fruto según sus palabras de la inspiración divina- es el de una mujer casi analfabeta que no ha conocido más mundo que el de los suelos que se ha visto obligada a limpiar día tras día. Sus creaciones son fruto de horas robadas al sueño. No han sido contaminadas por ningún otro estilo artístico, porque la única belleza que ha admirado es la de la naturaleza a la que se ve tan ligada.

Yolande Moreau, la actríz que da vida a Séraphine, realiza un trabajo excepcional, de aquellos que justifican por si solo la visión de un film. No debía ser fácil interpretar a un ser tan hermético, pero lo consigue de una manera admirable. De hecho, gracias a ella se puede vencer un inicio de película un tanto tebio, pero que logra engancharte a medida que avanza, en un crescendo que tiene en su parte final los momentos más emotivos e interesantes de la historia.