David el gnomo hacía lo que las series actuales hacen y más: es cierto que te pasabas todo el episodio mirando la tele sin molestar a los mayores, pero te enseñaba sin que en ningún momento te pareciera aburrido. Junto a David rescatabas a liebres atrapadas en un islote, liberabas a un papamoscas de las garras de un humano cruel, salvabas la vida de un lobezno envenenado, etcétera, etcétera, y un largo etcétera. Aprendías cosas sobre la naturaleza a porrillo, sobre los animales del bosque, y también sobre la vida de los gnomos. Aprendías que nadie es mejor por ser más grande, que hay que convivir todos juntos, que la naturaleza merecía ser respetada y cuidada.

Pero (ésta parte de la crítica ya es personal) la lección más valiosa, además de la última que te enseñaba el sabio David, era la de la muerte. Yo puedo decir que casi no he llorado en mi vida viendo una serie o película “de dibujos” ; es más, nunca he llorado con la muerte de la madre de Bambi, pero con el capítulo final de David el gnomo he llorado y aún lloro como una magdalena. En el último capítulo, David y Lisa mueren al haber cumplido 400 años; sin embargo, no desaparecen, sino que se convierten en árboles, que al fin y al cabo son seres vivos, diciéndonos así que, cuando un ser querido se va, no desaparece del todo de tu lado. Para mí, esa fue la lección personal que ésta maravillosa serie me ha dejado grabada.

En fin, que es una serie para recordar, muy recomendable para los que crecimos con ella y para las nuevas generaciones, que descubrirán que existen valores y enseñanzas que no se limiten a “ser el mejor”.