No entiendo bien el ardor ese de las colinas, pues en la cinta bien verdes están por todos sitios.
Al margen de cabalgadas (buenas), puñetazos, tiros, bellos paisajes y el romance de rigor, lo más novedoso lo aporta la perspicacia de los seguidores de pistas. La primera tras el asesinato del mayor de los Jordan: una colilla, una pierna y una espuela que se arrastran por el suelo. Diagnóstico literal: lo han matado entre tres, uno que sabía lo que hacía, otro cojo y otro tonto. Y acierta. Mejor lo hace aun el pesquisador oficial, indio, por supuesto, al que no se le escapa un fugitivo herido y algo torpe, eso sí, con la ayuda inestimable de María (Wood). Perdida la pista, la recupera y nos da la receta perfecta del negocio: el arte del buen rastreador consiste en hallar algo fuera de su sitio.
Por lo demás nos encontramos con una cinta entretenida, algo de sobreactuación en el hijo del cacique local, desarrollada en un lugar llamado Esperanza, tal vez porque es lo último que se pierde, donde, mal asunto, la oficina del sheriff está hundida completamente.
Eso sí, con una bellísima María, nombre que estaba esperando para inmortalizarla poco después en otro lado del Oeste. Solo por su interpretación merece la pena contemplar la cinta.