Los años 80 no sólo fueron pasto en el cine para situaciones surrealistas sino también para el escenario geopolítico y la guerra fría, tanto como para que ambos círculos se crucen azuzando a Hollywood a entregarnos un blockbuster de acción con dedicatoria incluida "al valiente pueblo de Afganistan" con un ex boina verde aliándose con los talibanes, echándose una pachanga al Buzkashi -una especie de rugby a caballo sin pelota y una cabra muerta sin extremidades ni cabeza en su lugar- que sirve de calentamiento para combatir a los rusos.
Ya sabes, el enemigo de mi enemigo...
Richard Crenna no se conformó con llevar uniforme y no dejó que esta vez le apartasen de la diversión para poder sudar la camiseta al lado de un Stallone al que, literalmente, está a punto de explotarle el cuerpo por los esteroides. Al espectador sólo se le hincha la vena de la cabeza más que a Sly las de sus brazos por culpa del chavalín brasas Doudi Shoua.
¿Para recordar? Tener la oportunidad de observar a Sylvester Stallone flirteando con las artes marciales en un arranque con peleas tailandesas que compatibiliza con ñapas a cambio de techo y comida en un templo budista de recogimiento espiritual (¡¡!!).
Es 1988. Todo exceso, toda ida de pinza y cualquier síntoma de horterez -la ropa de paisano de Johnny... pero no tanto como la de Sly durante el rodaje, todo hay que decirlo- es necesario y bienvenido. Eso y que la bestialidad no es incompatible con el humor de toda buddy movie:
"- ¿Cómo está esa herida, John??
- Nos enseñó a ignorar el dolor.
- ¿Y funciona?
- La verdad es que no."
Peter McDonald ('La historia interminable 3'), con una carrera como cámara y director de 2° unidad que da más vertigo que la de director, tiene a Sheldon Lettich, no a James Cameron. Pero para quién esto escribe los coleguis de Van Damme siempre serán apreciados desde todos los filtros de la testosterona ochentera hollywoodiense.
Ha envejecido de fábula.