No sabría realmente explicar que tienen las películas del género western que la hacen más adictivas que otras películas con más acción, suspense y probablemente mejor guión. Droga cinéfila que necesita pequeñas dosis de un forastero disparando a diestro y siniestro cada semana ("ostias como panes", nunca mejor dicho). Y si hablamos de esa mercancía, Clint Eastwood es uno de sus mejores productores.

Uno de esos papeles que le vienen al dedo (creo que es bastante consciente de cuáles son, para potenciarlos), en los que tiene pocos contrincantes de su nivel en el Cine. No es un argumento especialmente original en comparación a otros western, con el típico pistolero que aparece casualmente en un poblado amedrentado. Pero introduce con acierto el factor diferencial del pistolero solitario (con casi la misma buena puntería que el rubio del Spaguetti Western) bajo la diplomática imagen del Predicador, apareciendo y desapareciendo de forma fastasmagórica en el momento adecuado. Algo así como ocultar su instinto asesino bajo la religión. También acierta con los grandes planos de la ciudad y de la naturaleza.

Por otro lado, esas historias de amor atípicas entrelazadas están pilladas un poco "con pinzas", sin un proceso sentimental sólido que permita transmitir potentes emociones.