Excelente comedia dramática que responde, estéticamente, a un estilo que suele denominarse (o solía) “cine europeo”. Ambientes cotidianos y naturalistas, colores desaturados, pocos diálogos y muchos silencios, varias remisiones al mundo del arte (hasta un tango de Gardel), algunas secuencias al margen de la narración principal, más cerca del cine de autor que del clásico.
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Una historia simple con un desarrollo aún más simple, esa es su gran virtud. Aún tratando sobre un tema complejo y muchas veces indignante como es el trato que reciben los inmigrantes “ilegales”, la representación que hace de esta comunidad portuaria, inmóvil en el tiempo y lejos de la sociedad globalizada, apacigua esta realidad y muestra su lado optimista, el de la solidaridad, contando un acto de buena voluntad, una anécdota, como quien cuenta su buena acción del día.
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Así es “Le Havre” (“El Puerto”), una comedia sana que consigue el humor y a la vez logra la empatía del público mediante la simpleza, la humildad y la ingenuidad de sus personajes. La vitalidad y la fuerza de esta comunidad de “abuelos” contagia tanto como los pintorescos rincones del pueblo. Un film para celebrar y reflexionar sobre lo bueno, sobre lo que es más importante, sobre el romance, la dignidad, la solidaridad y el trabajo en equipo, y sobre la estupidez de los prejuicios y la discriminación. Muy recomendable.