Sueño y silencio nos recuerda la razón de nuestra pasión cinéfila. Porque si no nos gustase tanto el cine no podríamos terminar de ver esta película. Sueño y silencio tiene lo peor de los dos mundos; el melodrama del telefilme, y la puesta en escena del cine de vanguardia. Un matrimonio catalán se ve obligado a emigrar a Francia debido a que España se les ha quedado pequeña. Ella es profesora, habla francés maravillosamente, y enseña en una escuela infantil. Él es un arquitecto brillante, cuyo entusiasmo a veces choca con el enfoque más conservador de sus jefes. Tienen dos hijas sanas y preciosas a las que leen cuentos. Y conociendo el cine de Rosales y el cine de sobremesa de Antena 3, y aunque ya estaba tardando en aparecer algún accidente o asesinato, de repente la idílica estampa familiar se ve rota cuando el coche familiar se estampa. A partir de ahí sueño y silencio y el ritual luctuoso del telefilme. Escenas lacrimógenas en hospitales y cementerios pero al estilo paparazzi del cine de vanguardia, sin el alivio grosero de los primeros planos del telefilme. Rosales rueda desde muy lejos para no interferir en el drama, y no manipular al espectador, y como Michael Bay, que también rueda desde muy lejos, para no tener que arrepentirse de donde puso la cámara.