En realidad toda la película es una trampa psicológica que utiliza un aparente realismo para desarrollar un complejo cubo de Rubik donde ninguna pieza se puede mover sin que el resto quede igualmente afectado. El cubo ha sido creado con elegancia, las manos que lo mueven, llamémosles actores, son también hábiles. Si uno se olvida de que la trampa es una trampa puede y debe disfrutar de una película artística y moralmente brillante.

Uno está cansado de ver películas donde los buenos son muy buenos y los malos son muy malos. Pero también empieza a cansar las películas que, para huir de esa rutina, muestran a personajes terriblemente atormentados y bipolares que son capaces tanto de actos heroicos como de las más deleznables infamias. Esas películas carecen igualmente de profundidad moral. En realidad, vienen a decir, cualquier hombre es capaz de hacer el bien y el mal… pero lo que es el bien y el mal queda muy claro.

En esta película no. Los personajes podrían ser héroes o villanos, pero no dependiendo de los actos que ejecutan sino de la perspectiva desde la que se observan. El mismo acto puede representar la justicia, la heroicidad, el amor, el coraje… en definitiva, la bondad; o también el odio, el egoísmo, el abuso, la violencia… en definitiva, la maldad.

Es decir, la sutil diferencia de esta película con la mayoría de las películas con una aparentemente compleja carga moral, es que no son los personajes los que son complejos, sino los actos que llevan a cabo.

En definitiva una brillante película que, sin embargo, sufre el mal de casi toda opera prima: está excesivamente recargada. Recargada de contenido (demasiado drama) y recargada visualmente (las imágenes de cielos anocheciendo y amaneciendo son tan cuidadas como innecesarias).