Estamos ante la que puede ser la última gran película del genio, aunque quizás más que la última obra maestra de Chaplin sea la primera y última gran obra del hombre llamado detrás del personaje, de Charles.

Si te acercas a esta Candilejas sin conocer nada sobre su autoría, es posible que termines su visionado y no hayas identificado a Chaplin. Y es que es difícil ser consciente de que ese hombre es el Chaplin de sus grandes films de los años 20 y 40. Quizás porque simple y llanamente se nos muestra eso, al hombre, a Charles, y no a Chaplin.

Nuestro protagonista, Calvero, es un viejo hombre del espectáculo venido a menos, olvidado, decadente, alcohólico, envejecido y que poco espera de la vida salvo soledad y una muerte más o menos próxima. Tras ayudar a una bella joven bailarina en un momento personal crítico, conseguirá la admiración, amistad y quien sabe si algo más de la bella joven. Esta relación entre los personajes será el combustible vital de Calvero para ponerse en pie y volver a la lucha que es la vida, su joven compañera será un motivo para luchar, él ya ha perdido el combate que es la vida, pero puede ser el mentor de una joven que tiene aún mucho por lo que pelear.

Los ecos autobiográficos resuenan durante todo el visionado del film, del actor que lo ha sido todo y al que solo le queda el reconocimiento de su pasado entre un público que ya no acude a llenar las salas de sus espectáculos.

La relación entre los personajes de Chaplin y Claire Bloom es conmovedora en la mejor tradición de las películas del clásico Chaplin. Los lazos creados entre ellos emocionan y alcanzan al espectador.

Lo único malo de la película puede ser una duración que supera ampliamente las dos horas sin demasiada justificación. Por todo lo demás carta de despedida a la altura de sus mejores obras clásicas.