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Don Hantonio Manué rating:
7
Horror Japanese teens investigate a series of suicides linked to an internet webcam that promises visitors the chance to interact with the dead.
Language of the review:
  • es
January 12, 2024
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Terror nipón dosmilero que recoge los miedos de aquella época con el surgimiento de las nuevas tecnologías y el recelo que generaba internet, poco menos que una puerta de acceso a otros mundos, presidida por el sonido siniestramente viejuno del enrutador. Ofrece una visión ingenua de algo que hoy tenemos absolutamente normalizado, en buena parte fruto de la ignorancia supina que tenía el usuario medio en cuestiones informáticas; poco menos que un acto mágico, de jugar con fuerzas que escapan a la razón humana… pero también ofrece el esbozo de una lógica digital y viral que sólo se aceleraría hasta lo que tenemos ahora mismo.

La película huye de lo convencional, apenas propone explicaciones de lo que está ocurriendo más allá de una hipótesis, la de la superpoblación o colapso del mundo sobrenatural que produce una invasión del mundo de los vivos a través de los dispositivos, que en el fondo podría estar hablando de nosotros mismos. Nuestro mundo, dicho sea de paso, no se diferencia demasiado del de ultratumba, pues lo habitan unos seres igualmente tristes, silenciosos y de tendencias suicidas, puntitos blancos que se aniquilan al tocarse, que se conectan a la red sin conectarse, por puro aburrimiento antes que por buscar la interacción. Incapaces de relacionarse y con tendencia al aislamiento, la muerte no es para ellos un final, sino la condena a una soledad ya definitiva. La compañía de los otros es lo único que puede salvarnos, o al menos, como se sugiere de manera harto naif, lo único que nos blinda ante el miedo a morir.

Los espacios desoladores (calles sin gente, fábricas, apartamentos desastrados, entornos como el supermercado, la biblioteca, el metro o la sala de juegos…), la estética permanentemente ocre y apagada, desprenden una angustia sólo superada por unas apariciones espectrales que constituyen un prodigio de mal rollo, de puesta en escena capaz de remover un temor primario que avanza más allá del susto para adentrarse, al igual que lo haría un Lynch, en los límites de la pesadilla; la habitación sellada con cinta, un factor críptico ¿Un umbral que no debe ser profanado?

La dirección prescinde de primeros planos y observa a los actores desde la distancia, con encuadres rígidos de profundidad considerable, travellings precisos y sólo algún recurso a la cámara en mano, incluso al glitch que perturba la pantalla (aunque el factor “meta” no lo explora mucho). Abundan elementos como plásticos, cortinas, telas, parte indivisible de un único no-lugar que introduce el frío en el cuerpo (sólo se salvaría ese invernadero donde curran los protas). Los personajes, por su parte, no transmiten gran cosa, con algunos diálogos horrendos en su artificiosidad, en lo burdo de sus explicaciones; la acción se mueve un tanto gratuita en dos tramas paralelas, se alarga quizá en exceso y parece que no termina nunca, quizá porque la fuga hacia ninguna parte queda como única opción ante un fenómeno que nos lleva nada menos que al género de catástrofes apocalípticas y a unos insertos de efectos digitales que han envejecido, por decirlo suavemente, regular.
Don Hantonio Manué
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