Amable telefilm que nos habla de la responsabilidad de la paternidad, y en especial del instinto paternal que no se ha tratado nunca tanto en el cine como el maternal.

Film sencillo, no pretencioso, que busca ahondar en los sentimientos incluso antes que en la intriga o la escabrosidad de un asesino de niños, y sin caer en el sentimentalismo, nos aproxima convincentemente a los problemas psicolóqicos que produce la pérdida de un hijo de corta edad.

Repito que la estética es de telefilm y no se debe esperar mucho de su trama ni de su puesta en escena, pero con unas interpretaciones competentes, una banda sonora adecuada a lo que se cuenta, y un mínimo de intriga, se ha conseguido un film digno y que nos hace reflexionar, nos hace encararnos con la podredumbre de este mundo ( y más aun ahora, que en los años 50, desde luego , que hay muchos más "dementes" sueltos ), y tener en mente siempre, la frase del título que he puesto a esta crítica.