Fritz Lang aborda, en su primera película americana, el inhumano e irracional comportamiento de las masas cuando son manipuladas y se dejan manipular. Lo había vivido de cerca, pues en el fondo es una reflexión sobre el auge del nazismo en Alemania. Ante un crimen, un tranquilo pueblo estadounidense, lleno de -aparentemente - buena gente, decide tomarse la justicia por su mano y linchar al único sospechoso, que es el único forastero que pasaba por el pueblo. Ni ley, ni religión, ni justicia, ni piedad, las masas enfervorecidas son capaces de todo y les da igual si les asiste o no la razón...

Dos partes diferenciadas: la maldad de la humanidad, oculta en sus recovecos, pero dispuesta a surgir cuando haya oportunidad, y el juicio a tañamas alimañas disfrazadas de buenos ciudadanos. No nos engañemos, estos fenómenos han pasado y pasan en cualquier país, ninguna sociedad está libre pues es inherente a, ¡oh contradicción! , la propia humanidad, un conjunto de manadas que defienden su territorio y que son hostiles al extraño. Hay escenas impactantes, como cuando en el juicio proyectan las imágenes rodadas durante el linchamiento; la contraposición entre la aparente bondad de los ciudadanos y su trasposición a la noche de los hechos, con ojos inyectados en furia y antorchas en las manos, no deja sino pasmado al espectador.

Parece ser que a Lang le obligaron a cambiar el final, para dar algo de luz y esperanza a los espectadores. De poco les valió. En 1939 empezó la Segunda Guerra Mundial.