¿Qué tiene esta serie que cada vez que la veo dejo de hacer lo que tengo entre manos y me pongo a verla? ¿las bellas y sencillas a la vez que complejas historias? ¿los agradables personajes, tan reales y tan mágicos? ¿las situaciones vividas? ¿la maravillosa cancioncilla de presentación? ¿el ínnovador diseño artístico? ¿el adorable niño que protagoniza la serie? ¿el equilibrio espiritual que transmite la serie? ¿esos pequeños detalles tan comunes a todos nosotros? De un tiempo a esta parte la animación que nos llega muestra una evolución hacia una búsqueda de historias cotidianas a la par que fantásticas, que reflejan conflictos y situaciones más propias de los adultos, a la vez que divertidas para los niños. Arrinconando a Fan Boy y Chum Chum, Flapjack, Chowder y demás bodrios, aparecen maravillas como Historias corrientes, el asombroso mundo de Gumball y Steven Universe.

En este último caso, el protagonista es un niño regordete, no especialmente guapo, pero dotado de una gran y humana personalidad que trasciende a la pantalla. Forma parte de una familia no tradicional, con un padre y tres madres adoptivas procedentes del espacio y que sustituyen a su auténtica madre, desaparecida por amor a su hijo y también alienígena. Viven en la afueras de un pueblo costero, junto a un faro, desarrollándose la mayoría de historias en este entorno, con un rico universo de personajes secundarios. Lo mejor de la serie es la definición del carácter del asombroso y alegre niño, un Steven Universe que refleja la ingenuidad infantil que tanta falta nos hace y que nos permite recuperarla en nuestra vida los minutos que dura la serie. Y eso, hoy en día, no tiene precio.

Gracias Rebecca, gracias Steven.