Curiosa manera de abordar un mito. Está ahí, lo intuyes, pero (casi) nunca lo ves. Un grupo de aventureros se adentran en el Himalaya para atrapar vivo a tan escurridizo ser.

Un Himalaya místico, con un misterioso y antiguo monasterio tibetano, liderado por un anciano Lama con determinados dones como la clarividencia, y unos valles nevados que acentúan, con su soledad, ese misterio que embarga a los protagonistas. La amenaza mortal para ellos, sin embargo, son su propia codicia y sus frustraciones. Todos tienen algo que demostrar, a todos les mueve la culpa por un fracaso anterior y ello les llevará a la muerte. Tan solo aquellos puros de corazón y desinteresados podrán salvarlos. El yeti es testigo accidental de una humanidad que parece no respetar lo que no entiende y que, en el caso de la sociedad occidental, desprecia a otras culturas y otros saberes, tratándolos de primitivos y salvajes. En este filme el monstruo no es el yeti, el monstruo somos nosotros.

Buena historia, magníficamente rodada, alternando secuencias reales rodadas en exteriores nevados con otras rodadas en estudios, manteniendo esa expectación y misterio por el abominable hombre de las nieves, como una presencia real, ominosa pero intangible, como la suelen relatar los escaladores que dicen que lo han visto.