"John muere al final" arranca con una secuencia deliciosamente absurda, cuenta una historia indiscutiblemente original y puede presumir con razón de ser una película que se sale de lo habitual. Intenta mezclar comedia gamberra, terror de serie B y ciencia ficción posmoderna y que el cóctel sea imprevisible y divertido, y casi lo consigue. Pero le falta el casi. Empieza con bastante energía, pero poco a poco va perdiendo el interés, en parte por un montaje al que le falta dinamismo, en parte porque los chistes cada vez tienen menos gracia, en parte porque la narración es demasiado caótica y en parte porque en algunos momentos se mete en berenjenales pseudocientíficos que rayan la pedantería. Pero sobre todo porque al amigo Coscarelli le falta valor para meterse de lleno en el tono desmadrado y pasado de rosca que pedía una historia como esta. Y es que lo que no puede ser es que uno se aburra con una película en la que aparecen drogas pensantes, perros que conducen, monstruos hechos con comida congelada, escenas gore de dibujos animados o picaportes que se convierten en pollas. Y menos si el director es un experto en películas estrafalarias como Don Coscarelli.

De las interpretaciones más planas que un folio y de los efectos digitales mierdosos no voy a hablar, porque son lo de menos. El problema es que para el tipo de película que quiere ser le falta ritmo, le falta desparrame, y le falta mala leche. Una pena.