Película redonda, que desde el principio te agarra de la mano, para que seas cómplice de Peachy, en ese ambientado tren del siglo XIX, recorriendo los paisajes de Marruecos. Conocer a Kipling impacta, en un continuum hasta arribar a ese vagón en donde se encuentra Danny, para cerrar el círculo. Bueno no, el círculo se cierra en Kafiristán, ya sabréis por qué.

Los paisajes son una gozada. Es bien sabido de la dificultad de hacer estas películas hoy día, ya lo comenté con la supramaestral “Lawrence de Arabia”. No es, ni puede ser lo mismo, la claustrofobia de un plató de grabación. Disfrutar del cine y los montes del Atlas, a la vez que te ríes con esa pareja de británicos tan especial, hace que la vida merezca la pena.

Punto y aparte merece la adaptación que hizo Huston de la novela, sin que apenas notemos los evidentes saltos en el tiempo que existen en las historias noveladas, que en cierto momento hace tediosa su visión. No ocurre lo mismo. Y además, nos regala la idílica visión del tesoro de Alejandro Magno, así como ese as que se saca de la manga: el papel de Kipling.