De entre todos los géneros, quizá siempre me ha parecido la comedia el más complejo; caminar sobre el fino hilo del sarcasmo, la ironía, la mordacidad sin llegar a ser básico, previsible, corriente. Tarea que se vuelve aún más compleja cuando se trata un tema como el nazismo, con el que es tan fácil sería caer en el panfleto, en un intento de condena tan evidente que pierde la sorpresa, la inteligencia al convertirse en alegato. Lubitsch en cambio elude cualquier elemento que podría haber condicionado la acidez de su crítica, gracias a un guion que resulta una delicia, que alberga dentro de él una enorme capacidad de sorpresa, en la que cuando se cree que ya se ha llegado al punto máximo de humor, al máximo esquetch, un nuevo giro eleva la situación. El grupo coral de actores permite el desarrollo de una de las mejores comedias, de las más inteligentes, que ha conocido el cine. Un canto al arte como salvador de la realidad y eternizador de la historia, capaz de devolver la cordura en la sinrazón, y de siempre volver a Shakespeare.