Es una auténtica locura realizar a día de hoy una película tan esencialmente clásica y sinceramente emocional como War Horse. Tiene todos los ingredientes para decepcionar e incluso irritar a mucha gente. No es mi caso.

En su defensa de la validez de los conceptos narrativos del cine clásico, Spielberg realiza un maravilloso homenaje a la aparente simplicidad de John Ford, sin perder su identidad como director, en la que su talento para el encuadre y su extraordinaria e imaginativa puesta en escena se alían con la fotografía de Kaminszky y la música de Williams, ambas extraordinarias, para realizar una especie de sinfonía audiovisual de una rotunda belleza.

Es una película de pocos y no especialmente elaborados diálogos, de personajes sencillos aunque bien definidos y con mayor importancia a lo que representan que al individuo en sí, a los que presta la atención justa, abandonándolos en cuanto que cumplen su cometido, sacrificando tramas para construir un mosaico que ampliando el campo de acción que ya apuntaba Saving Private Ryan.

Spielberg nos habla de la guerra desde distintos puntos de vista (soldados, desertores, civiles...) pero siempre buscando un humanismos que universaliza lo que cuenta. El caballo, como nexo común, parece representar esa inocencia perdida entre tanta locura irracional e insensible, que borra las fronteras ideológicas, nacionales y sociales. Eso le lleva a hacer una de sus películas más abstractas, paradójicamente menos dependientes de una narrativa clásica, aunque su apariencia e intenciones si que recuerde a los clásicos.

Aún sin ser una películas redonda, Spielberg realiza un trabajo formalmente magistral, bellísimo y atípico por la importancia a lo emocional que le aporta, que a buen seguro será, junto con War of the Worlds, el film más incomprendido de esta última y fascinante etapa del director.