El cine de Anderson puede definirse de muchas formas: sorprendente, original,
detallista, brillante..... Lo cierto es que todos esos adjetivos entran en esta
película. Apabulla visualmente, por momentos dan ganas de darle al stop y ver
en detalle cada plano porque da la sensación de que te estás perdiendo algo.

El particular sentido del humor acompaña a la surrealidad de las imágenes, más
en este caso, en que utiliza la animación y el argumento no deja de ser un
cuento clásico adornado por miles de referencias: a la estética japonesa, su
cine (la música de 'los siete samurais' impagable), el kabuki y la expresividad
de las caras de los personajes, salvo los perros protagonistas y el niño Kobayasi
que no fruncen el ceño ni cuando un tornillo se clava en su cráneo, la road movie,
el homenaje a rebelión en la granja utilizando a perros y gatos como metáforas
de seres oprimidos y utilizados por aquellos gobiernan como juguetes dentro de
sus intereses particulares.

En el debe: pues que más allá de todo lo brillante de lo que es capaz Anderson
siempre deja la sensación de que se pierde un tanto, en lo impactante no
acabando de cerrar todo lo que abre. Como en la película: es más bonito el origen
y el camino que recorre que el destino al que llega. He tenido esa sensación en
otras películas suyas y siempre me sorprende por lo distinto de cada una de sus
propuestas, pero el poso que deja no es el de salir del cine y pensar en lo
que te ha contado, más bien en un estado de: que bien me lo he pasado, pero
olvido rápido el mensaje. No era en realidad lo más importante.