Una peliculita resultona, entretenida sin más. Lo que ocurre es que, al ir precedida por su fama de mito indiscutible de la historia del cine, la decepción es enorme. Los cinéfilos pecamos a veces de ingenuos. Nos conmovemos con las mayores memeces. "Siempre nos quedará París" nada tiene de conmovedor. Todos a una cantando La Marsellesa para tapar las voces de los alemanes, tampoco. El gesto de arrojar la botella de agua de Vichy a la papelera, otra estupidez. Y, finalmente, que Humphrey se consuele por su fracasado amor con el comienzo de una nueva amistad, no es creíble en absoluto. La historia no tiene mayor interés.