El comienzo de "Tinta roja" no es muy esperanzador, ya que aparece plagado de tópicos: el aprendiz ambicioso, idealista, tímido y un poco pardillo; el ambiente viciado de la redacción del periódico... y sobretodo el jefe, ese periodista escéptico, brutal, machista, mujeriego y fumador, que sabemos desde el principio que le va a hacer la vida imposible al protagonista. Aunque pierde un poco de fuelle al final, y tiene alguna situación no del todo verosímil, es una película rica, trágica pero con toques de humor, y bien realizada, quizá no original en su planteamiento pero sí en su enfoque y desarrollo.

Según transcurre la película, los tópicos se difuminan y dejan lugar a personajes interesantes, bien construidos, muy humanos, y bien interpretados, que son su punto fuerte. Las relaciones entre ellos y su evolución están bien contadas, especialmente el paso a la madurez de Alfonso, el joven ilusionado que entra en la sección de sucesos por casualidad y sin interés, como un paso previo de su aprendizaje para ser escritor, y obtiene un aprendizaje que termina siendo diferente y mucho más profundo de lo que él esperaba.

La cámara sale a la calle a seguir el trabajo de los redactores, y las imágenes tienen a veces un tono de reportaje periodístico que le sienta muy estupendamente a una película en la que el periodismo es el eje fundamental, algo que resulta atractivo ver en una coproducción hispano-peruana, rodada en español, ambientada en Perú y con referentes culturales –la música que suena, las referencias a el Chavo del Ocho y a Vargas Llosa- y un contexto muy diferentes al que nos tienen acostumbrados las cintas americanas sobre la prensa. Pero "Tinta roja" no habla solamente del periodismo, a veces éste es sólo el detonante para hablar de muchas otras cosas, como la ilusión, la madurez y el desengaño, o de la relación de las personas con el dolor propio y con el dolor ajeno, consumido masivamente a través de algunos productos periodísticos.