Una vieja gloria de los años 80 peleando por recuperar el éxito de antaño… ¿Hablamos de Rourke o de The Wrestler?

Cuesta creer que la elección del papel protagonista fuera cuestionado en su momento por la productora, que apostaba más por un actor “revienta-taquillas”. Un guión que parece haberse escrito línea a línea confiando en la emotiva interpretación de Rourke, el actor, recuperado para el gran público gracias a la rigurosa adaptación de Sin city, ya advertía bajo esa maraña de maquillaje que todavía tenía mucho que decir.

The Wrestler es sin duda un papel hecho a la medida de Rourke, una historia que aunque en un primer momento no rebosa de originalidad y en cierta manera mantiene un desarrollo previsible, seduce al espectador por:

- Su sencillez narrativa, Aronofsky prescinde de la experimentación y convierte a la cámara en la sombra del luchador, testigo a modo casi documental del declive del personaje.

- Un guión conmovedor sin necesidad de recurrir a la lágrima fácil (recordemos a la sobrevaloradísima Million Dollar Baby)

- Una interpretación magistral apoyada por unas más que reseñables actuaciones de Marisa Tomei y Evan Rachel Wood.

- Una discreta pero idónea ambientación sonora, sobrecogedor el instante previo al ring en el que suenan las primeras notas de “Sweet Child O’Mine”, al igual que el tema homónimo de Springsteen olvidado en las nominaciones a los oscars.

The Wrestler nos sumerge en el ocaso de una estrella, la amargura del éxito caduco, el intento de redención de los antiguos pecados que acompañan la soledad de un perdedor que se aferra a un mundo que ya lo ha olvidado.