La amistad tiene un precio

[Basado en una historia real]

Puedo entender que sea fútil presentarte en casa ajena con el DVD de “El ataque de los tomates asesinos” cuando hay una invitada vegetariana e intentar, que aparte del visionado de la ‘genialidad’ de John De Bello, propios y extraños canten la canción del tomate (por supuesto, con coreografía y bandera incluida). Entraría efectivamente en lo límites morales del precio de la amistad.

Otra cosa es diferente e inversa es que te pongan una película que te apetece poco o nada ver pero en este mundo, donde habita la democracia, uno tiene que tragar muchas veces sus propias palabras enjugadas en lágrimas… entre otras cosas. La película que me vi obligado a visionar no era otra que “Mi vida en ruinas” dirigida por el director de grandes y magnas obras de la humanidad como “Cómo perder a un chico en 10 días”, “Miss Agente Especial” o “Mi marciano favorito”. Hablo de Donald Petrie. Obviamente mi negación a ver ese futuro engendro o pre-bodrio iba en sentido contrario a los intereses de mis amistades. Efectivamente esa cosa llamada amistad tiene un precio.

Nia Vardalos protagonizaba la exitosa “Mi gran boda griega” conocida por otros como “Mi gran mojón griego”. Es cierto que cuando uno come muchos yogures griegos o se pone hasta las trancas de Tzatziki o Moussaka lo normal es que el mojón obtenga la nacionalidad griega como poco. Mención aparte la situación económica de nuestro vecino europeo y el escenario de muchos allí tras los recortes: ¿Cómo definiría alguien a un salario de 500 €? Pues eso, mojonazo total.

No sé hasta que punto uno se encuentra mal en su vida con lo que hace y donde trabaja. Georgia es una patética guía turística y mala trabajadora: ¡hay que ponerle ganas hasta en una fábrica de cerillas! Le tocan los peores turistas y no aprecian la belleza de un país al que ella ama. Simplemente quieren comprar souvenirs y dejar el monumento para la postal y la foto de rigor. El peor autobús (sin aire acondicionado), el peor y más feo y loco conductor y con un trepa como compañero que se lleva a los mejores turistas.

Más allá del cliché en “Mi vida en ruinas” no hay nada porque todo se reduce al más absoluto cliché. Parece un telefilme de sobremesa barato y sin glamour. Más allá de lo previsible en “Mi vida en ruinas” no hay nada porque todo se reduce al más absoluto tópico. Y más allá de soportar “Mi vida en ruinas” es soportar que tus supuestos amigos y amistades te llamen esnob cuando intentes tener como criterio cinematográfico algo distinto a un mojón. En fin, ¿qué se puede esperar de una vida en ruinas?