Como si de un curriculum a rellenar se tratase a Clint Eastwood le faltaba ¿un drama deportivo? No falta la cámara lenta, la celebración y los aires de revancha cinematográfica. Pero, seamos sinceros, el director de “Sin perdón” se muestra incapaz para hacer películas en las que no existe un componente dramático que aplaste al espectador. Es cierto que planea el drama y la tragedia como único y tímido conductor del suspense más barriobajero (mira que ‘fingir’ suspense con un boicot terrorista en forma de avión…) pero en “Invictus” no hay enfermedades terminales, ni eutanasias, ni sacrificios cristianos, ni desapariciones que impliquen un abuso de autoridad y nada que se le parezca. Nos encontramos ante una película deportiva en su vertiente más simple que habla de política y de cambios sociales para adornarla. Morgan Freeman y Matt Damon lo bordan… porque “Invictus” sin ellos sería una película deportiva del montón.

¿Lo mejor? Tal vez ese Damon que se encuentra en la celda donde estuvo encerrado Mandela durante décadas y no encuentra la razón por la que alguien que fue encerrado allí repartió amor y perdón frente a sus verdugos. Aparece el fantasma, los fantasmas del pasado que se solapan al presente. Bella metáfora, bella muestra de un maestro del clasicismo que sufre el revés del más duro partido. Sin intensidad melodramática, Eastwood no encuentra la verdadera emoción.
No falta la chacha en plan teleserie de Globomedia, los cambios en pubs ‘sofisticados’ frente a bares de barraca para mostrar esas diferencias sociales y ese común denominador que une a un país.
Pura poesía apagada en el fondo y la forma. Esperemos que se trate de un simple mal pase antes de conseguir un nuevo ‘ensayo’ cinematográfico.