Creo que Robert Wise estaba de cachondeo al introducir el personaje siniestro ese del ama de llaves, o lo que sea esa mujer. A la muy asquerosa le encanta sermonear a los inquilinos, y luego les suelta, con una sonrisilla siniestra, eso de que nadie les va a ayudar de noche, cuando oscurece. La tía encuentra divertido pegar la chapa cuando es obvio que nadie la escucha, y eso, en realidad, no le gusta a nadie.

El científico que organiza el sarao también tiene guasa, con ese bigotillo, da la impresión de que, en cualquier momento, va a dejar de hacer disertaciones chorras para ponerse a cantar y bailar claqué.

Y luego está la prota, que es clavadita a Gracita Morales, pero sin su garboso timbre. De hecho, es una pelma, todo el día dándole a la voz en off y haciéndose la imprescindible. Hay gente que por llamar la atención está dispuesta hasta a palmar tirándose al vacío, cosa que esta imbécil se pasa todo el metraje amagando hacer. Pues nada, que te quedas con ganas de que se estampe y deje de pensar polleces en alto.

Algo cursi, con pocos sustos y ningún fantasma, la peli brilla a ratos porque, esto es así, el que estaba tras la cámara era Robert Wise. Y el decorador se lo debió de pasar como un enano, recorriendo todos los mercadillos del país en busca de objetos feos, pero feos de cojones.