Afortunadamente está bastante lejos de ser una narco serie y más cerca de la Saga Bourne o de Homeland. Se presenta como un thriller, uno más sobre soldados que buscan reinsertarse a la vida civil, pero con las peculiaridades de la realidad latinoamericana. Le bastan dos temporada para mostrar, desde la ficción, un poco de contexto sobre la historia contemporánea de un país y sus vecinos/socios.

Hay una doble historia, como suelen ocurrir cuando hay espías, agentes «obligados» de algún modo a colaborar con políticos/estados y todo lo que ello conlleva. La propuesta deja varias lecturas: sobre las personas, los hilos del poder y la cuidad como un ente vivo.

Por otro lado la vida electoral se agita, hay cambios a la vista, pero ¿de fondo? El titiritero que mueve los hilos se ha divertido un montón a costa de la agitación. Parece que se mueve la cortina y se descubre al mago que hay detrás, pero la bola de crista se calma y espera la próxima mano que la agite mientras, unos quedan atrapados en hilos que no entendieron cómo funcionan, otros decidieron apostar por la unión y la familia como clavo ardiente al cual asirse con fuerza. Ganan los que entendieron quieres eran y hasta donde podían llegar.

Una serie amena, rápida y muy bien hecha a nivel técnico. En donde el director explica de forma gráfica, con una secuencia de imágenes, que todo cambia para que todo permanezca igual. Una ficción bien documentada sobre hechos reales y reconocibles para quienes conocemos de cerca la frontera colombo-venezolana, pero insisto que no pretende hacer ningún paralelismo con la vida real. Más allá de que el tema resulte cercano, o no, vale la pena por las actuaciones, el argumento, los personajes, fotografía y música. Además están las historias personales detrás de la macro historia sobre las marañas del poder y las misiones. Acción, romance, intriga, política y humor se despliegan a través de personajes bien construidos, creíbles y psicológicamente ricos.