Es curioso que mientras veía «Parasyte» pensaba que el estilo del dibujo tenía un aire retro. Sin ir más lejos, me recordaba de pasada a «City Hunter». Luego descubrí que el manga se publicó de 1988 a 1995, lo que viene a confirmar que sí, que tiene la impronta de su época aunque el anime se hiciera en 2014.

Un seinen, que no shonen (lo que se nota), de ciencia ficción donde parte de Japón tendrá que lidiar con unos seres alienígenas, extraterrestres o lo que sean, porque en realidad no te aclaran de dónde vienen, por qué o para qué. Los veinticuatro capítulos desarrollan la evolución del protagonista Izumi, que se ve parasitado por una de estas criaturas y pasará lo que el espectador hombre al que va dirigido quiere ver: que se hace un tipo guay. Ella le dirá en un momento de mucha, mucha intimidad «eres extraordinario», lo que provoca que te preguntes si lo dice en el sentido que estamos pensando o así en general… Puede que una cosa y la otra.

Tan guay es, que las enamora a todas. No está mal que se enamoren del protagonista, ojo, pero aquí se nota bastante la fantasía que supone, muy descarado; la niña del pueblo cae rendida porque sí. En lo personal, creo que la verdadera historia romántica recaía en Kana, no en Murano. Eso sí, su arrastramiento y tontura me ponía de los nervios, en serio, y de hecho lo que pasa con ella es completamente lógico teniendo en cuenta su comportamiento.

Luego encontramos una acción algo sosa. Con unos monstruos como estos, realmente terribles y diseñados con mucho criterio, se podría haber dado un espectáculo tremendo, vibrante, con más tensión. Quizás es que plantea un contexto tan cotidiano y realista, que evita salirse de lo contenido y lo pausado. También es posible que se priorice el drama frente a la acción, y de ahí que tengamos personajes como Reiko Tamura o el psicópata del último arco, todo encaminado a ponerse sensibles y comprensivos con los parásitos.

A ver, que haya humanos malos no quiere decir que los otros no lo sean. O mejor dicho: no los convierte en amigos. Si algo me ha gustado de esta serie es la reflexión que permite sobre el bien y el mal: la naturaleza no es buena ni mala, por lo tanto estos parásitos tampoco pueden ser juzgados como malos, simplemente son, sobreviven. Hay que eliminarlos, no hay duda, pero sin acritud ni juicios morales. A fin de cuentas, ellos no pueden evitar ser como son.

Tiene demasiadas tramas para tan poco espacio y le falta nervio e intriga. Un seinen suave.