¿Creéis en fantasmas? ¿Creéis que hay vida más allá de la muerte? ¿Existe, pues, el alma?

Shyamalan prácticamente debutó a lo grande con una historia de eso, de fantasmas. Su estilo viene bien y queda correctísimo en esta ocasión: pausa, mucha tranquilidad, una cadencia monocromática y austera, como si la propia muerte fuese la protagonista. El director hace de auténtico prestidigitador y saca de la chistera una película sorprendente. El engaño no es engaño: es psicología. El cerebro construye la realidad, aportando y completando datos que damos por supuestos sin necesidad de que nuestros ojos lo capten. Esta película es para verla como mínimo dos veces, y sólo así entenderemos que todo está en su sitio, que es verdad, que tiene coherencia interna, que no es una tomadura de pelo y que parece imposible, totalmente imposible, que la primera vez no te hayas dado cuenta del truco de magia, cuando está tan, tan claro.

Soberbia interpretación de Haley Joel Osment como Cole, el niño atormentado por su sexto sentido. El drama que vive queda reflejado con gran sentimiento y verisimilitud, y es sin lugar a dudas uno de los aspectos más logrados de la película. Su desesperación ante la idea de que su madre, su propia madre le rechace, hace que se te salten las lágrimas. El terror es inexistente, y a lo sumo te encuentras con algún repullo tópico y no muy lúcido, pero tampoco importa demasiado.

¿Y yo? Sí, yo sí creo en fantasmas.