Ah, pero no este Arturo. No este, jamás este. Shrek llega a decir que «será un gran rey», pero lo que él no sabe es que Arturo nació Rey. Y eso ni él ni nadie de esta película puede entenderlo.

Lo que no me causaron sus anterior entregas, «Shrek 3» lo ha logrado: molestarme hasta límites inimaginables. Me tomo como algo personal que ridiculicen y perviertan a las princesas Disney de esta manera; al menos, es mi único consuelo, a Bella la dejan tranquila y sus cónyuges príncipes ni salen. Me da miedo pensar qué harían con ellos. Encima, se sacan de la manga al Rey Arturo, que podrá ser muchas cosas pero nunca un pringado, y a Merlín, que podrá ser otras tantas cosas, pero nunca un chiflado entre hippie y naturista. Vale, la leyenda artúrica da mucho juego, no vamos a decir lo contrario, pero ¿otra vez la misma cantinela del superior humillado ante lo inferior? ¿Otra vez el engaño de que si-quiero-puedo, por capricho y sin ningún esfuerzo? ¡Uff! Además, tengo la sensación de que el personaje de Fiona ha cambiado mucho a lo largo de la saga, y que fue casarse con Shrek y convertirse en otra mujer. Porque muchas patadas y mucha guerra, pero aquella Fiona independiente, orgullosa y chulesca ha desaparecido por completo. ¿Por qué será?

En fin, malucha.