Pensará el bueno de Ben que hay que tirarse a la piscina en algún momento, aunque sea sin ganas, aunque sea por obligación, aunque sea porque sí, sumergiéndose en unas aguas que no conoce. Veintiún años recién cumplidos, una señora madura y un recorrido vital hasta un autobús hacia quién sabe dónde. «El graduado» aprueba con nota.

No entiendo por qué, esta película no me inspiraba mucha confianza, pero qué equivocada estaba. Mike Nichols dirige (merecidísimo Oscar) una película muy en sintonía con el teatro, mundo que ya conocía, y nos deja un drama revestido de romanticismo donde las apariencias engañan y el sexo es de plástico alcoholizado. Una primera hora magnífica, retrato de dos amantes en degradación, abre las puertas a una segunda más floja, más tibia y al filo del absurdo que, sin embargo, entra directa en el imaginario colectivo gracias a una boda a la carrera y una farsa entre adultos que han olvidado lo que significa enamorarse a los veinte años. El desenlace posiblemente sea ambiguo, así que yo opto por quedarme con la interpretación más optimista. Sonreíd, muchachos.

Dustin Hoffman está insuperable. Viéndole, no he podido evitar compararle con otros actores de nuestra generación. Esto me lleva rondando desde que salí del cine el otro día, donde me fijé que hay artistas jóvenes de mucho renombre a quienes sin embargo se les nota que están haciendo un papel, que están actuando, fingiendo, trabajando. A Hoffman no. Hoffman es Benjamin Braddock, y Hoffman aguanta los minutos que hagan falta de primer plano y se convierte en icono de la juventud a la deriva, inconstante, inmadura, pero con estilo, echado en la tumbona de su piscina. Simon & Garfunkel añaden el resto. Anne Bancroft es, sencillamente, una leona.

Demasiado creativa, inspirada e inteligente como para olvidarla, «El graduado» merece su atributo de clásico. Seducida me ha dejado.